Por Marina Cañardo *

Un hombre escucha “La cumparsita” en su rancho alejado de la ciudad. Ni él ni nadie en las cercanías saben tocar instrumento alguno. Una familia organiza una alborozada reunión para festejar un casamiento y todos bailan infinidad de veces el vals preferido de la novia. La orquesta que lo interpreta lo registró en Viena sin imaginar la alegría que esa música proporcionaría en un salón de Buenos Aires. Un coro de escolares espera con ansiedad que el maestro apoye la púa en un disco luego de darle cuerda al fonógrafo. En breve, sonará la Orquesta de la Sociedad Orquestal (sic) tocando el Himno Nacional Argentino a modo de acompañamiento de los estupefactos niños cantores. Un melómano y coleccionista de discos revive lo mejor de la reciente temporada del Teatro Colón en el confort de su hogar. Su solitaria escucha le permite disfrutar la voz de Caruso como no lo había hecho nunca. Un violinista toca nervioso ante una corneta sabiendo que el sonido fijado en esa matriz será escuchado por gente que no conoce ni conocerá nunca.

Escenas como estas se repiten con variantes en las primeras décadas del siglo XX en la Argentina y en el mundo. Cada una de aquellas experiencias posee una intensidad que nos cuesta imaginar actualmente. Para ellos, escuchar música grabada o ser responsables de su grabación implicaba una enorme novedad. La industria discográfica modificó para siempre su manera de vivir y pensar la música. Y también la nuestra.

La industria discográfica se afianzó tempranamente en la Argentina. Apenas comenzado el siglo XX, se vendían discos y cilindros con “música criolla” en los comercios de las principales ciudades argentinas. En 1919, en cuanto se silenciaron los clamores de la Primera Guerra Mundial, comenzó a funcionar la primera fábrica de discos del país. Fue una de las primeras de la región y le permitió a Buenos Aires volverse un “faro” de la industria en esta parte del mundo. Su rol protagónico en la historia del disco no lo logró solo por esa usina y las que le siguieron, sino debido a que por los estudios porteños desfilaban, junto a los artistas de todo el país, los uruguayos, chilenos y paraguayos. Aquellos músicos de países vecinos debían viajar a la capital argentina para grabar lo que luego sería comercializado principalmente en sus lugares de origen.

A pesar de esa febril actividad a escala regional, es poco lo que se ha investigado hasta ahora sobre los comienzos de la industria discográfica en nuestro país. Posiblemente la escasez de documentos, estadísticas y datos de primera mano pueden estar en la base de esa falencia. También es probable que el esfuerzo que semejante empresa de reconstrucción de la historia implica haya parecido desmedido a quienes les interesaba más la música que la manera en que se hizo. Este libro viene a llenar ese vacío que es tanto un espacio vacante en el conocimiento sobre la industria discográfica como algo fundamental para entender la historia de la música de la región y la música argentina en sí misma. Un floreciente campo musical argentino se configuraba por entonces con los aportes del tango (no exento de resistencias y cuestionamientos) junto a las muchas otras músicas que se producían en nuestro país.

El libro de Cañardo se presentará este miércoles 16 en el Club Cultural Matienzo.

El presente libro estudiará distintos aspectos de la relación entre la industria discográfica y la música con preeminencia de tangos, pero incluyendo muchas otras músicas. El momento elegido para analizar es la próspera década de 1920. Aquellos “años locos” de relativa paz entre dos guerras mundiales, plenos de efervescencia cultural y ganas de vivir la vida. A la manera de una colección de discos, los lectores curiosos encontrarán en este libro diversos “temas musicales” que colmarán sus ansias de disfrute y conocimiento. Comprenderán cómo era la escena sonora del pasado, pero también la trastienda de esos mismos sonidos: el tango junto a las otras músicas y las fábricas que permitieron su circulación a escala planetaria. Se analizará lo que se grababa en los primeros estudios fijos en Buenos Aires y se demostrará que el repertorio elegido por las empresas discográficas consagró lo que aún hoy se denomina “música nacional argentina”. La concentración del mercado local en dos empresas que producían los discos, Odeón Nacional y Victor, asociadas a conglomerados internacionales y vinculadas con otras actividades comerciales (aparatos reproductores, cine, radio), auguraron ya en esa época una característica propia de la industria discográfica.

La grabación de la música produjo una valoración inédita de la interpretación musical. Esa nueva forma de ponderar las diferentes versiones tuvo como consecuencia en el tango la exploración del arreglo orquestal, que dividió las aguas entre “tradicionalistas” y “evolucionistas”. También en materia de interpretación del tango, el afianzamiento del “estribillista” en las orquestas típicas será estudiado a la luz de la novedad del surgimiento del micrófono. Se probará entonces cómo algunas modificaciones en el lenguaje musical pueden ser favorecidas por ciertos cambios tecnológicos.

Por otra parte, la lógica del star-system promovida por la industria del disco sentó las bases del culto por el ídolo-artista, con Carlos Gardel como ejemplo destacado. La elección de las músicas grabadas en Buenos Aires estuvo signada por una división internacional de los repertorios musicales, así como por una tendencia progresiva a grabar más tangos que otro tipo de músicas, iniciada por Odeon y seguida por Victor.

La masificación de la música grabada modificó las condiciones laborales de los músicos para siempre. Eso ocurrió tanto por la competencia entre la música en vivo y la música reproducida mecánicamente como por los nuevos vínculos laborales que nacieron con la industria del disco.

Desde otra perspectiva del fenómeno, puede pensarse que el potencial cliente de los discos determinaba aquello que se grababa. Eso se pone de manifiesto en ciertos arreglos de tangos instrumentales influenciados por el imperativo de hacer versiones más “bailables”, tal como se prometía en los anuncios publicitarios.

La industria discográfica aportó a la conflictiva construcción de la identidad nacional argentina en la década del veinte. Cuando el tango era aún objeto de críticas múltiples, el repertorio denominado “nacional” y la recurrente invocación a “lo criollo” como rasgo identitario ponían en evidencia la dimensión política de la producción fonográfica. Fuera de la Argentina, la comercialización en Francia de discos de tango que habían sido grabados en Buenos Aires, y su consumo como música “exótica”, anticipó un modelo de circulación de bienes culturales escindidos de sus contextos originales, que el dispositivo del disco favoreció y cuya expresión más acabada será la así llamada world music.

Letra, palabra y música

Fábricas de músicas será presentado este miércoles 16 de agosto a las 20 en el Club Cultural Matienzo (Pringles 1249). Además de la autora, participarán el periodista Carlos Ulanovsky, el historiador Sergio Pujol y el editor Leandro Donozo (Gourmet Musical Ediciones). Habrá también música en vivo con el dúo Cañardo-Burec (violín y guitarra), Damián Fontenla (cantor) acompañado por Nicolás Amato (guitarra) y Elbi Olalla (pianista, compositora y letrista de Altertango) junto a Alejandro Guyot (cantor, letrista y compositor de 34 Puñaladas).

* Fragmento del libro “Fábricas de músicas, comienzos de la industria discográfica en la Argentina (1919-1930)”. Cañardo es Doctora en Música y Musicología del S. XX por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París) y Doctora en Historia y Teoría de las Artes por la Universidad de Buenos Aires. Es también Licenciada en Artes con especialización en Música (UBA).