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15-02-2o08
La murga y el tango, tal vez no tan distintos

Otra vez carnaval en Buenos Aires y las murgas resisten en los corsos saltando entre la pasión de unos y el desconocimiento de otros. El próximo sábado y domingo se realizan los útlimos corsos de este año.
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Llegó otra fiesta del Rey Momo y  el fenómeno del renacer murguero es cada vez más notorio. Lo suficiente como para, si bien todavía no lograr una convocatoria masiva a los corsos,  sí por lo menos provocar una encendida polémica social respecto a la reposición nacional de los feriados de Carnaval, reclamo motorizado por las murgas. 

Es que ya hace más de tres décadas que la Dictadura Militar derogó, mediante el decreto ley 21.329 de 1976, al  lunes y martes de carnaval como días no laborables para todo el territorio nacional. Sumado a la realización de corsos en las calles de distintos barrios y a la irrupción escénica de las murgas con su estética propia, este año se vivió en la calle y en los medios una polémica que llegó a poner (aunque brevemente) al Carnaval de estos pagos en un lugar inédito de la agenda pública.

Es que, de la mano de una combinación  de “desmemoria”,  sumada a una clara hegemonía mediática de otros carnavales y un porcentaje casi “estable” de intolerancia y desprecio hacia las prácticas populares, una parte significativa de la población de la ciudad salió a atacar la realización de  los festejos carnavaleros, acusándolos de “artificiales”, “foráneos”, “molestos” o “carentes de gusto” y/o “nivel artístico”, entre tantas adjetivaciones escuchadas. Y especialmente una que obliga a levantar el guante: la contraposición entre murga y tango, endilgando carencia de calidad a la primera  y por el contrario, elevando  al nivel  de  arte al segundo, lo que sería la prueba y justificación de la aceptación local, internacional e incluso estatal  que goza el 2x4.

Ante esto, bien viene recordar que el comienzo de ambos géneros sucede en la misma época: finales del siglo XIX, y que ambos, de origen mezclado y popular, sufrieron cambios diferentes a lo largo del tiempo hasta nuestros días. Expresiones culturales de la periferia del Buenos Aires de principios del siglo XX,  y por ende marginales respecto a la cultura oficial de entonces, fue justamente en los Carnavales donde el tango empezó a colarse por fuera del ambiente prostibulario de origen, antes aún de su aceptación parisina y la posterior valorización por parte de la clase alta y media porteñas.

Porque fue el París de la década del 10 quien convirtió al tango en una verdadera moda internacional, que le torció el destino al que hasta entonces era marginal y despreciado.  Fue recién a partir de su puesta en valor europea cuando los sectores de poder de Buenos Aires lo fueron legitimando y adoptando, de a poco pero no tanto, como símbolo casi oficial de lo que mas tarde sería construido como “lo porteño”. Y esto no fue gratis. Porque en el camino el género tango fue sufriendo una serie de cambios para amoldarlo al gusto de los sectores de elite. Por ejemplo, el baile se fue convirtiendo en una  danza de salón, con postura elegante y movimientos  sobrios y (auto) controlados, distinto al baile picaresco y ostentoso del  original. O la música, que se fue orquestando  volviéndose más compleja y seria, quedando casi como patrimonio de músicos formados en detrimento de los primeros “orejeros”.  De este modo, el tango fue teniendo una circulación diferente a otras expresiones populares contemporáneas a él, como por ejemplo la murga.  

Producto de los mismos sectores, que alternarían uno u otro género de acuerdo a la época del año sin demasiado conflicto, la murga se quedó en los barrios populares. Y fue dentro de ese ámbito donde fue adquiriendo sus características. Porque más allá del desconocimiento de muchos respecto a lo que es la murga porteña, este género tiene una identidad propia. Por ejemplo, la vestimenta de galera y levita, verdadera parodia a los sectores altos de principios de siglo XX, con colores distintivos  para cada murga. El bombo con platillo como instrumento base, que en estas costas adquirió una manera de tocarse propia en un ritmo sólido a la vez que endemoniado. El carácter abierto para quien quiera participar, diferente a otras expresiones carnavaleras en las que hay que pasar por una prueba para ser admitido. El desfilar en las calles, donde se organizan los corsos. Las estructura en que se compone la presentación de la murga, separada en “entrada”, “crítica”, “matanza” y “retirada”. Y dentro de la “matanza”, lo que quizás sea la peculiaridad más notoria del género porteño: el baile acrobático, forma de movimiento ostentosa  y casi increíble que la diferencia de otras expresiones carnavaleras.  

De este modo, a lo largo del siglo XX,  la murga porteña fue adquiriendo desde los barrios sus características propias, creadas por todos, como sucede en toda expresión vigorosa de la cultura popular. Y con la incorporación reciente de sectores medios y, por sobre todas las cosas, de las mujeres, en las últimas décadas fue tomando nuevos bríos que la fueron enriqueciendo.

Como expresión popular viva, la murga sigue cambiando pero (por lo menos por ahora), bastante al margen de instituciones, grupos de poder, elites iluminadas o grupos auto-legitimados como detentadores de “LA” cultura.  Seguramente por eso la murga choca e incomoda a buena parte de la población de la ciudad. Porque todavía está afuera de una serie de discursos legitimados desde el poder.

A la murga, que irrumpe en las plazas y esquinas de los barrios, no se la conoce. No se la entiende. Su lenguaje no aparece en los medios. Su bohemia y apertura comunitaria solo son leídas como “falta de profesionalismo”, no como característica propia, justamente por ser abierta e integradora. La murga, todavía, va por carriles distintos.

El tango, a diferencia de la murga, en el camino de su popularización fue transformado por el poder hace ya casi un siglo. Maneja muchos códigos del poder que en todo caso puede tratar de evitar con un gesto voluntarista. Pero en cambio la murga, por lo menos por ahora, sigue siendo algo bastante indigerible. Una expresión popular centenaria, con pueblo adentro. Con cuerpos, con presencias. Por ende, con riesgos. Algo para muchos chocante (incluso para varias mentes progresistas de las que se piensan “bien pensantes”). Todavía. Por ahora. Hasta que la murga en algún momento se muera o se la digiera o edulcore. Porque el poder se mueve activamente y no le gusta perder el control.

Toda esta vitalidad propia, renovada  y a la vez centenaria que mantiene la murga porteña, no es un detalle menor en un siglo XXI empachado de “cambios porque sí”. O, yendo a las papas, de cambios solo porque “hay que vender”.  

 
Crónica: Sebastián Linardi
 
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