Esta generación de jóvenes tangueros vivió primero al tango desde afuera. Durante la adolescencia no le llegó de la mano de amigos, ni por la radio irreverente y menos en el fragor de las primeras salidas nocturnas. Acercarse al tango fue más una decisión posterior, conciente y solitaria. Como quien debe aprender de grande un idioma, los períodos de escuchar e interpretar clásicos, para muchos, fueron largos. Varias de las propuestas actuales pasaron (o pasan) por períodos centrados en interpretación de los tangos de siempre.

Pero hay otras alternativas que no fueron tan respetuosas del legado tanguero. Diez de Centolla se encuentra entre estas últimas ya que, desde el principio, este dúo comenzó a componer lo que para ellos significaba el tango.

Integrado por Daniel Schneck (voz y guitarra) y Santiago Reyes (guitarra y voz), este grupo formado en el 2006, aprendió los yeites del género a la par que iba componiendo su propio repertorio, rápidamente plasmado en un disco: “Tocamos por amor” (2008). Fue este repertorio la base de la presentación que brindaron en “La Vaca Profana”, uno de los tantos bares que integran el circuito tanguero del barrio de Almagro.

Primero en formato de dúo, abrieron con uno de sus caballitos de batalla: “Pollera” (Schnek), todo un reclamo a cierto amigo dominado por su novia, al que le pegaron la milonga “Vecina” (Schnek) una de las canciones cuyo eje recorre las tribulaciones a la hora de encarar a la minita deseada, tópico recurrente en algunas de las letras de este grupo.

Con una impronta del tango gardeliano con guitarras, las canciones de Diez de Centolla no llegan a ser tristes. Todo lo contrario, la pizca de humor e ironía que introducen las convierte en verdaderas desventuras, creando una complicidad con el público entre risueña y empática. Empatía que se refuerza por la mirada de clase media que plasma este dúo. Es que las historias transcurren a la salida del psicólogo, en la línea “D” de subterráneos, recordando a algún amigo que se fue a vivir al primer mundo o a otro que confiesa una traición amorosa cuando se baja del avión.

Quizás por esta mirada tragicómica que no intenta ser “arrabalera”, el acompañamiento de un cuarteto de cuerdas en la segunda parte de la presentación, no debilitó a la propuesta. Al contrario, la intervención de “Tito” Gómez y Adriana Godachevich en violines, Luján Ricci en viola y Solana Biderman en cello, brindaron una frescura melódica que realzó la intencionalidad de las canciones. Fueron parte de esta sección el vals “Labios de Yumi” (Schnek), “Primor” (Schnek), o “San Clemente” (Reyes), todos pertenecientes al disco. Pero también fueron acompañados por cuerdas los tres temas inéditos de la noche, todos de Daniel Schnek: “Mi ex-amigo”, “Solo soy” y “Pintó todo de dorado” cuya letra, un reclamo al amigo casado para que no se pierdan los viejos tiempos, la convirtió, lejos, en la canción más aclamada por el público masculino (no es una buena época para la institución matrimonial, se sabe).

La propuesta de Diez de Centolla, alejada de abstracciones musicales y letrísticas, permite que cada presentación se convierta en una verdadera fiesta. Las melodías simples, que acompañan historias también simples, las colocan casi directamente en el linaje del tango anterior a la década del cuarenta, siempre pendular entre lo trágico y lo cómico. Pero lo que cuentan en ellas, tan del siglo XXI, no choca con la tradición del género. Ni siquiera suenan curiosas por su costado gracioso. Alejadas de la parodia en que caen otras propuestas que abordan al tango en clave de humor,  las desventuras que narran las canciones de Diez de Centolla no hacen que nos riamos del tango. Al contrario, provocan algo mucho más interesante: logran que nos riamos de nosotros mismos.