El rock tuvo mil caminos, nunca lineales ni unívocos y uno de los primeros cambios que sufrió en su historia fue aquel que lo llevó de lo simple a lo complejo. El rock progresivo de los 70 fue ese intento por “elevarlo” artísticamente. Verbo paradójico por aplicarse a un género -en ese momento- muy ligado a la llamada contracultura. Y si el rock de la contracultura ya tenía sus próceres mágicos -como Janis Joplin, Jimmy Hendrix y Bob Dylan- el posterior rock progresivo implicó un proceso interno de complejización.

Además de ser buenos artistas, ahora había que demostrarlo. Y qué mejor manera que apropiándose de los cánones de la llamada música culta. Las canciones se dividieron en movimientos, la duración se alargó, se abrió el espacio para la inclusión de nuevos instrumentos y se amplió la indagación por los caminos que abría el desarrollo de una canción, en un intento por llevarla hasta sus últimas consecuencias. Fue el rock grandilocuente de los discos conceptuales, las ejecuciones prolijas y los solos interminables. Rush, King Crimson, Yes y Pink Floyd fueron algunos de los súper-grupos de esta forma del rock. Y si más tarde este movimiento fue puesto en cuestión con el retorno a lo simple del punk y la new wave, la actitud artística virtuosa tuvo sus herederos, por ejemplo, dentro de varias expresiones del metal pesado.

Retomando parte de esa actitud artística que llega hasta el rock duro, Quantum es una propuesta instrumental que fusiona el virtuosismo roquero con los clásicos del tango. El grupo, formado por Miguel Brignole en guitarra eléctrica, Matías Cabello en teclados, Sebastián Garay en bajo y José Avena en batería, viene presentándose con una frecuencia mensual en el Velma Café del barrio de Palermo, donde logran una convocatoria considerable.

Humo, luces rojas y una introducción de aires épicos, fueron el combo para la apertura de una presentación poderosa, digna de un grupo de rock riguroso. Pero ¿lo de Quantum, es rock? Reconocidos como un grupo de fusión, en una primera impresión parecería que el tango es “el tema” abordado;  pero que el idioma, la sonoridad y la escena, son del rock.  Sin embargo, una escucha más atenta no puede omitir que, en general, la rítmica del tango se respeta, apartándose claramente de otros abordajes del tango que hicieron y hacen diversas expresiones roqueras.

La propuesta de Quantum parte de instrumentaciones elaboradas que se ocupan de quitarles a los clásicos su estructura más previsible para presentarlos en una suerte de relato más épico y lineal que, indefectiblemente, terminará en un lugar distinto al del comienzo. Ese es el juego que plantea este grupo al abordar la música ciudadana. Y en esa sintonía se suceden interesantes versiones como la de “A mis viejos” (O. Berlinghieri) o “Danzarín” de Julián Plaza, donde la poderosa sonoridad permite acentuar los contrastes que, ya de por sí, tenían las partituras originales. Un verdadero muestrario del tango como montaña rusa emocional que, de lo tierno, puede pasar hacia un abismo de poder. La apuesta por lo instrumental acentúa esta búsqueda.

Una de las perlas del repertorio fue el abordaje de “Por una cabeza” (C. Gardel ), tango canción que, por su popularidad, es casi inseparable de la letra escrita por Alfredo Lepera.  La interpretación de Quantum tuvo el acierto de subsanar la ausencia de las palabras con atractivos arreglos y vertiginosos solos de la guitarra de Brignole que terminó ocupando el lugar de la voz sin anclarse en lo tanguero.

La novedad por escuchar en este formato a los clásicos más viejos disminuyó cuando le llegó el turno al repertorio de Astor Piazzolla, ya mucho más cercano a la instrumentación planteada por el grupo. Fue el plus de intensidad lo que dirigió la atención hacia “Libertango”, “Oblivion” y el mix de “Intro” y “Muerte del angel” (A. Piazzolla).

La cercanía sonora y estética con el rock tuvo algunos momentos casi simbióticos, como el ataque cuasi metalero de “La Yumba” (O. Pugliese), que haría cabecear a más de un amante del rock pesado. Pero también hubo otros momentos de lejanía, como sucedió durante la intervención del bandoneonísta invitado Mateo Terrile, presencia sonora que tuvo el efecto casi automático de anclarlo todo en nostalgias brumosas. Aunque en el final no escasearon las infaltables ceremonias del virtuosismo roquero, como la sucesión de solos donde cada músico justificó con su instrumento el concepto artístico del grupo, sobresaliendo el increíble despliegue de la batería de José Avena en cadencia de milonga.

Quantum es una propuesta que le busca el límite a un tango que ya parecía no tenerlo. Y lográndolo, curiosamente, sin temas propios -por lo menos por ahora-.  La puesta escénica y la sonoridad definitivamente roquera de este grupo, tienen la virtud de abrir, una vez más, el debate sobre qué es tango. En una época donde parecía que ya no tenía fronteras, con un Piazzolla que a esta altura forma parte de los clásicos y donde la fusión con otros géneros es moneda corriente -y el tango electrónico hasta parece haber pasado de moda- el lograr disparar una vez más aquel debate, ya es todo un mérito.