El exilio es una de las la heridas eternas de la Argentina. Fantasma albergado por los horizontes de distintas épocas, fue político primero y económico después. Protagonista de un exilio que fue mezcla de ambos, el director Diego Martinez Vignatti dejó la Argentina menemista en 1997, con sentimientos encontrados que seguramente dejaron distintas marcas en él. Marcas probablemente transmutadas en dos preguntas: quiénes somos y por qué nos íbamos, si al final a Argentina la queremos. Y si en su primera película, “Nosotros” (2002), había tratado de dar una respuesta en formato documental, abordando el mundo del tango, los jóvenes y el agobio ante un país que los marcaba a fuego para después echarlos, en “La cantante de Tango”, su tercera película estrenada ahora en la Argentina, la partida del país transmuta hacia una nueva especie: el exilio por amor.

Película de ficción co-producida entre Argentina, Suiza, Bélgica, Francia y Holanda, cuenta la historia de Helena Ferri (Eugenia Ramírez Miori), una ignota cantante de tango de Buenos Aires que es abandonada por su novio, lo que le provoca un terrible derrumbe en su personalidad que tendrá una resolución desesperada: la huida hacia Europa en un intento por tratar de reencontrarse.

Una historia simple, de corazones sangrantes, pero complejizada de forma notable por la elección narrativa del director. Desde adentro al afuera del personaje, con tiempos y lugares que por momentos se mezclan, creando un entorno onírico. En una Buenos Aires entre entrañable y pesadillesca donde la cantante trata de sobrevivir, principalmente a ella misma. Y como marco y anclaje narrativo, el tango. Porque el hilván de esta película rica en silencios y diálogos cortos, es resignificada por los tangos interpretados por la actriz (elección muy acertada de evitar el playback, priorizando la expresividad por sobre el esteticismo sonoro).

Con una trama que bien podría haber sido reducida a una simple historia melodramática, los variados recursos narrativos van llevando al espectador hacia una postura mucho más analítica para tratar de comprender el empantanamiento anímico de la cantante. Así, el tópico tan tanguero del abandono, imán identificatorio de mil tangos canción, transmuta en un patetismo provocado por el autoflagelamiento de Helena que causa, sino extrañeza, sí finalmente sentimientos impiadosos hacia ella.

Del mismo modo otro tópico del tango, como lo es “el vino triste” termina transmutado de igual manera, ante el exceso de whisky en el que, escena tras escena, termina cayendo la cantante. Un verdadero mostrar el lado no tan romántico del desamor tanguero, cual masa destructora contra algunos idealismos pasados de moda. Un infierno depresivo que transcurre en una Buenos Aires que resignifica el “Anclao en París” por el “Anclao en Buenos Aires” y de la que siempre, de una forma u otra, hay que abandonar. Y que contrasta con la “europeísima Europa” que muestra la película, acorde a cierto imaginario argento que se sintetiza en la idílica vida en un pequeño pueblo de Calais, al norte de Francia.

Pero más allá de estos contrastes, la mirada a Buenos Aires no es ni realista ni idealizada. Sí más tanguera que la que late en este siglo XXI pero tampoco es la ciudad del tango que alguna vez fue y el extranjero viene a buscar. Pero es en sus sótanos y salones donde Helena Ferri y el cuarteto Aquilea van desgranando sus canciones tristes. Un grupo formado para la película, integrado por músicos conocidos en el nuevo tango: Patricio “Tripa” Bonfiglio de Rascasuelos en el fueye, Javier Arias de la O.T. Misteriosa Buenos Aires en piano, Luis Carcacha en contrabajo y el guitarrista Juan Otero del Cuarteto La Púa. También aparece una voz reconocida en la movida actual del 2x4, el cantor Alfredo Piro, que inexplicablemente terminó haciendo el único playback de la película.

Un comentario aparte merece la actuación del cantor Oscar Ferrari, leyenda tanguera que incursionó en la Orquesta de José Basso y Astor Piazzolla entre otras, quien falleció al poco tiempo de haber finalizado la filmación y que regala en esta película lo que seguramente fueron sus últimos tangos al público, conmovedores para siempre en su voz suave y chiquita, decidora como pocas.

“La Cantante de Tango”, por su apuesta arriesgada, podrá tener una recepción variada. La divergencia de opiniones recibidas por la crítica especializada, así lo demuestra. Pero algo es innegable: terminará formando parte del imaginario de lo que fue el tango en el 2010, junto a los discos de todos los artistas que hoy forman parte de la variopinta movida actual. Entre ellos, también quedará la patética Helena Ferri, esa cantante de tango tortuosa que, de una manera diferente, también termina cuestionando el mismo imaginario tanguero discutido por tantas propuestas musicales y que bien podría resumirse en la brasilerísima sentencia televisiva que nos tortura en la media noche: “¡Pare de sufrir!”.