Por Mercedes Liska y Soledad Venegas *

Para algunos, no tan palpable; para otros, vívido y cotidiano, desde hace algunos años distintas prácticas culturales identificadas con el tango fueron ocupando, o mejor dicho re-ocupando, un lugar significativo en la vida social y cultural de la Ciudad de Buenos Aires. De la década de 1990 a esta parte fue generándose gradualmente una proliferación de eventos diversos: recitales, festivales, clases de baile social y milongas, exhibiciones de danza o espectáculos teatrales, charlas y homenajes. Lo cierto es que el tango se convirtió en una opción/elección estética, en una afirmación ética –de tono variado y no siempre proclamada–, y también en la provocación –y excusa– del encuentro social que habilitó la coordinación colectiva y la gestión de espacios públicos para la realización de diferentes actividades alusivas al género. No se trató solamente de una reiteración sostenida de eventos a lo largo del tiempo o una suma de actividades culturales, sino que consistió en un proceso que transitó cambios de foco, distintos modos de organización, cambios de estética y diferentes protagonistas, dentro y fuera del escenario. Si bien estos corrimientos están asociados a variables de contexto político, económico y social de diverso orden, las decisiones político-estatales han ido ordenando el escenario –metafórico– del tango como acontecimiento y como texto cultural.

Más recientemente, desde que fue creado el Ministerio de Cultura nacional en el año 2014, a contrapelo de lo que por la misma época se definía en el rumbo de las políticas culturales de la ciudad, se produjo un reordenamiento de las actividades relacionadas al tango y se hicieron más visibles criterios contrastantes respecto de la intervención estatal, ceñidos al orden de lo ideológico y de conflictos de intereses entre privados y públicos. Pero además de lo específico del caso, dichas acciones contienen una serie de interrogantes más complejos acerca del rol que el Estado puede o debe asumir pensando en su función democratizadora de las prácticas estético-culturales.

Por empezar, ¿en qué radica concretamente el fomento de la música popular de parte del Estado? Tradición, identidad, son quizás las cuestiones que más rápidamente pueden relacionarse con el tango. Sin embargo, el aspecto económico –en sus múltiples aristas– introduce criterios que muchas veces entran en conflicto entre sí. Entonces, este trabajo describe y analiza algunas de las actividades de tango realizadas en la Ciudad de Buenos Aires en los últimos años vinculadas a la intervención de políticas estatales, que intenta un pequeño aporte a la reflexión sobre el rol del Estado.

La patrimonialización

Efecto de varios registros sociales, políticos y económicos, el baile del tango, junto a otras experiencias culturales, fue emergente y respuesta de un tejido colectivo posdictadura que recién se estaba recomponiendo, a la vez que ganaba adeptos en un contexto de despolitización provocado por la dirección neoliberal de la gestión menemista.

En los noventa, tanto el gobierno nacional como la jefatura de la Ciudad de Buenos Aires comenzaron a intervenir en la promoción del tango. La medida más influyente fue la Ley Nacional del Tango, sancionada en 1996. La Ley de Patrimonialización del Tango, sancionada en el año 1998, incentivó el fomento de diversas actividades relacionadas con el tango, entre las que se destaca la creación de un festival anual –Festival de Tango BA–, el Mundial de Baile del Tango y el Festival de Tango Joven.

Por otro lado, a partir del año 1996, el Programa de Centros Culturales Barriales impulsado por el gobierno de la ciudad contribuyó al crecimiento de las experiencias de baile del tango en el marco de lo que fue una de las políticas de descentralización y desarrollo cultural más interesantes de las últimas décadas. Al respecto es importante señalar que, cuando se habla de la década de los noventa se pasa por alto que, a pesar del contexto de auge de las políticas neoliberales, la autonomía de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el año 1996 –coincidente con la implementación del programa cultural– generó un marco de cierta independencia de la gestión estatal que insidió muy positivamente en las prácticas sociales alrededor del tango. Las disposiciones contenidas en esta década estuvieron dirigidas a fomentar el factor identitario y cohesionador del tango, muy en sintonía con valores democráticos que divulgaban los cultores. Así, la revitalización del tango apareció como una contracara de las políticas económicas depredatorias neoliberales y el resquebrajamiento de los lazos sociales.

No obstante, si en un principio el estímulo y toma de partido estatal en el desarrollo cultural del tango, en los años siguientes se fue notando que dicha intervención fue provocando un efecto de reorganización y hasta incluso de jerarquización de estilos musicales y de baile y consiguiente segmentación del público. Estas transformaciones no esperadas se debieron a que, sin proponérselo, las políticas se establecieron como un árbitro estético, por ejemplo, definiendo para la participación de sus actividades qué de la producción contemporánea estaba dentro de los márgenes de lo tradición –producto de la consideración de resguardo de la patrimonialización–, situación que generó diversos conflictos entre defensores del tango “histórico” y promotores del dinamismo creativo del tango como cultura viva.

En este sentido, podemos considerar que la puesta en curso de las políticas de fomento avivaron conflictos en las prácticas en la medida que establecieron definiciones y valoraciones estéticas, cuestión que nos lleva a la pregunta acerca de si es posible o no pensar en políticas culturales que se mantengan al margen de los juicios de valor de la música.

Devaluación económica y auge turístico

En la introducción nos preguntábamos en qué radica concretamente el fomento de la música popular de parte del Estado. Pues bien, además de la historia social, identidad o memoria colectiva que pueden ser las motivaciones que se ubican por detrás de un interés de protección y estímulo, el tango moviliza un capital económico considerable.

Durante la década de 1990, la política económica de los dos mandatos presidenciales de Carlos Saúl Menem estableció una paridad monetaria con el dólar que hizo del país un destino turístico costoso que redujo considerablemente las visitas del extranjero. Fue así que el proceso de revitalización del tango durante la década de los noventa fue un proceso endogámico. Fue a partir de la devaluación monetaria ocurrida en el año 2002 que Buenos Aires comenzó un gradual reposicionamiento como destino turístico internacional. Asimismo, la ciudad porteña se vio favorecida por nuevas estrategias internacionales para posicionar destinos de viaje ocioso basadas en la construcción de marcas turísticas; estas consisten en la promoción comercial de un lugar a partir de un solo ícono cultural de mayor impacto dentro de la oferta mundial. En el caso de Buenos Aires esta marca fue el tango.

Al comienzo fueron estableciéndose dos circuitos de actividades de tango bien diferenciados: el turístico y el de público local. Durante el periodo 2002-2006 se consolidó la oferta de eventos cena-show en los cuales se ofrecía una cena con un menú de comida argentina, un espectáculo musical y una exhibición de baile. Estos espectáculos, que generalmente apelaron a reproducir el cliché, se asociaron a los operadores turísticos y a la oferta de itinerarios históricos llamados city tours.

A medida de su crecimiento, los itinerarios turísticos comenzaron a ofrecer visitas a lugares reales de la experiencia porteña del tango, los enclaves históricos del baile social como ser las milongas que funcionaban en clubes barriales alejados de la zona céntrica de la ciudad. Los organizadores de estas milongas fueron arreglando con los operadores la incorporación de contingentes de extranjeros dentro de los salones de baile. Esta modalidad se insertó en lo que se denomina turismo cultural: la experiencia de lo “auténtico” de otras culturas como vivencias profundas.

Pero mientras que los empresarios y las agendas estatales valoraron el crecimiento turístico asociado al consumo del tango, algunos cultores locales fueron manifestando diferentes incomodidades. En algunos casos consideraban que los extranjeros consumían el tango de un modo banal incompatible con el compromiso que ellos emprendían. De todas maneras, el turismo en las milongas abonó a una reconfiguración y desplazamiento que ya venía produciéndose por diferencias etarias, tensiones de género, estilos de baile, entre otros.

La marca «tango» y el auge turístico.

Por su parte, los músicos cuestionaron que el auge turístico no los había beneficiado, salvo excepciones. Los dueños de lugares que contrataban música en vivo exigían interpretar un repertorio de tangos conocidos y con arreglos tradicionales, porque según manifestaban: “es lo que vende”. Tampoco era demasiado promisorio trabajar para los sitios de público turístico, dado que la retribución económica a los músicos era bastante miserable, y la conveniencia ampliamente capitalizada por los intermediarios. Además, a pesar del crecimiento, no era necesario en ese momento pluralizar la oferta porque se estimaba que el turista venía a consumir el imaginario más próximo al cliché.

Las políticas públicas fueron orientándose a un consumo extranjero más que local. El anhelo de accesibilidad, gestión horizontal, incluso la distribución espacial de dichos eventos oficiales en la ciudad, se hizo cada vez más lejano. Sin perder de vista la importancia de vincular las actividades artísticas de la ciudad con la posibilidad de desarrollo económico de los gestores de dichas prácticas, esta reorientación de gravitación económica fue notablemente acentuada a partir del año 2007 con la gestión de Mauricio Macri.

No obstante, la devaluación fue atrayendo a un público de visitantes de otros países mucho más heterogéneo, ampliándose sobre todo en una franja más juvenil de menor poder adquisitivo que traspasó los bordes de los circuitos diferenciados de locales y visitantes. Su búsqueda y participación en el circuito independiente –y de menor inclinación comercial– equilibró, un poco, la irradiación económica.

Del desarrollo cultural y económico a la mercantilización estatal del tango

En 2007, la gestión de Mauricio Macri en la ciudad reforzó la realización de actividades orientadas a impactar en el turismo. En primer lugar, designó como ministro de Cultura a un empresario hotelero, Hernán Lombardi. Una de las medidas que tomó fue la de fusionar el festival con el campeonato en un megaevento en el mes de las vacaciones en el hemisferio norte. Asimismo, se restringió buena parte de la remuneración económica a los bailarines que realizaban clases en el evento, dejando en claro que debían conformarse con la visibilidad y publicidad que redituaba –indirectamente– su participación. Sin embargo, el nuevo director artístico del mega-festival introdujo cambios notables en la programación de las actividades, diversificando la muestra con propuestas musicales muy diferentes entre sí, así como también en los estilos de baile. La estampa oficial del tango dejó definitivamente de anclarse en las expresiones más “tradicionales” o históricas, y en cierta manera legitimando pero también restando vigor a la escena experimental y estéticamente renovada.

Pero en el año 2014 la propuesta del megaevento oficial –y ya casi sin ofrecer otras actividades durante el año– con epicentro en la Usina del Arte recreó un “mini La Boca” abarcando algunas de las calles del entorno. Si en un principio podemos pensar que se estaba reviendo aquello por lo cual la gestión había sido notablemente cuestionada por la realización puertas adentro y no utilización del espacio público –de impacto en difusión y capitalización de nuevos públicos, entre otras cuestiones–, las desigualdades sociales que atraviesan particularmente la zona de este barrio emblemático para el tango llevaron a la organización a disponer de un “corredor seguro”, un cerco perimetral formado con vallas separando a los vecinos del público del festival, sobre todo para garantizar la seguridad de los turistas. ¿Cuál era la idea? ¿Utilizar el barrio como una escenografía vacía? La imagen era siniestra.

Ese mismo año el gobierno nacional conducido por Cristina Fernández, mediando la creación del Ministerio de Cultura, empezó a disputar este símbolo tan identificado con la Ciudad de Buenos Aires a través de diferentes estrategias, junto a una reactivación cultural autogestiva e independiente de ambos gobiernos, pero en clara sintonía con el kirchnerismo.

¿Una nueva mirada del tango en las políticas nacionales?

Con la creación del Ministerio de Cultura el escenario se reconfiguró considerablemente y se vislumbró una perspectiva favorable para un desarrollo profesional de músicos, bailarines, gestores y productores en el país, aunque no pudo ser consolidada a lo largo del tiempo. La gestión cultural oficial se orientó hacia una mirada plural del tango. Sin embargo, hubo nuevos protagonismos y jerarquizaciones en la escena cultural que dieron lugar a otras narrativas y, en consecuencia, nuevas formas de resistencia.

Al sancionarse en 2014 el espacio institucional que ocupaba la Secretaría de Cultura de la Nación se jerarquizó. A través del decreto 641/2014, fue comunicada su puesta en funcionamiento y sus principales competencias, entre ellas, la promoción de integración e intercambio cultural entre las jurisdicciones del país y hacia el exterior. Si bien la antigua secretaría venía implementando el Plan Nacional de Promoción del Tango el escaso presupuesto destinado reducía las acciones a una sola actividad bienal. La circulación de actividades y programación artística en estos acontecimientos fue bastante acotada y la asistencia de participantes no fue suficiente como para generar una referencialidad suficiente que garantizara su valor federalista. Sin embargo, cabe destacar que la Secretaría de Cultura dio respaldo económico a iniciativas como el Festival de Tango Independiente en sus sucesivas ediciones, entre otros festivales barriales emergentes destinados al tango.

La creación del programa Tango de mis amores, una vez inaugurado el ministerio, se concibió con la idea de fortalecer la difusión del tango considerando su dimensión tradicional y sus expresiones más actuales con la intención de poder conjugar todos los lenguajes artísticos que incluye el género. El acento estaba puesto en generar un doble movimiento para ampliar los alcances de esta expresión rioplatense dentro de una lógica de construcción y fortalecimiento de lazos nacionales: por un lado, proyectar estas producciones que surgían principalmente de la Ciudad de Buenos Aires y llevarlas al resto del país; por el otro, brindar apoyo a diferentes iniciativas autogestivas tanto del interior del país como de la Ciudad de Buenos Aires.

Ahora bien, dentro de las iniciativas autogestivas en la Ciudad de Buenos Aires a las que, mediante este programa, se les dio apoyo económico, podemos mencionar las “Milongas de Carnaval”. Estas milongas consistieron en una serie de encuentros al aire libre en diferentes barrios porteños durante el mes de febrero de 2014 y de 2015. La planificación estuvo dirigida por una organización político-cultural de reciente surgimiento llamada El tango será popular o no será nada, en alusión a la frase que Eva Perón acuñó en sus últimos discursos respecto del peronismo –“el peronismo será revolucionario o no será”–. El principal objetivo que nucleó a los integrantes de este espacio fue la difusión del tango como expresión popular, no solo a través de la realización de estos bailes de carnaval, sino también a partir de otras iniciativas que venían desarrollando desde 2008. Fue conformado por artistas, gestores culturales, periodistas e investigadores, que tras haber recorrido trayectorias diferentes, emprendieron el proyecto común de hacer volver el tango al espacio público, como en aquellos años 40, pero esta vez, asumiendo un verdadero desafío: integrar el tango con todas sus voces, atravesado por estos desplazamientos que lo redefinen constantemente. El divorcio entre la música y la danza del tango, las diferentes prácticas y consumos culturales en nuestros días, las dificultades de financiamiento de proyectos culturales, la falta de renovación de público renovado en concomitancia con las dificultades para su difusión, entre otras cosas, constituyeron diferentes dimensiones y problemas que atender y enfrentar.

Milongas de carnaval en Villa Crespo.

El proyecto “Milongas de carnaval” tuvo lugar en distintos barrios porteños con entrada libre y gratuita. La programación artística tuvo un eje que fue la expresión del baile como vertebrador de otros lenguajes y como posibilidad concreta de encuentro social. Novatos y expertos se vieron convocados a bailar sobre una pista concebida para tal fin a los pies de un escenario que les propusieron diferentes estéticas musicales que pusieron en tela de juicio los límites del género y, hasta incluso, se inscribieron claramente en otros lenguajes, tal como la cumbia o el rock. Así como en los años 40 desfilaban por los salones de baile tanto orquestas típicas como también características que proponían otros géneros musicales como el fox trot; hoy, estas “Milongas de carnaval” vinieron a reeditar esta antigua dinámica. En consecuencia, tanto orquestas como bailarines fueron impulsados a reproducir como un juego estos intercambios y a resignificar el uso del espacio público.

El tango será popular o no será nada asumió el desafío también de articular el lenguaje audiovisual a partir de convocar a artistas que supieron acompañar, con proyecciones visuales la puesta con imágenes de ídolos populares o espacios urbanos emblemáticos. En estos encuentros, hubo cada día un DJ diferente, reconocido en el ámbito milonguero.

El fenómeno de las Milongas de Carnaval en 2014 y 2015 posibilita observar cierta correspondencia entre las políticas oficiales y el movimiento autogestivo. Pero aquí cabe enunciar algunos contrapuntos interesantes para el análisis. ¿En qué medida estas políticas y puntualmente estos acontecimientos culturales ponen en tela de juicio la caracterización del colectivo de artistas que se identificaba con lo contestatario o contracultural y que asumían ser “independientes”? Por otro lado, ¿cómo se definen los parámetros que distinguen una oferta cultural for export de aquella que está orientada a un público local? Aquí, una vez más, podemos señalar cómo ciertas políticas de fomento reavivan conflictos en las propias prácticas culturales en mayor o menor medida. Las definiciones, las identidades asumidas y los juicios estéticos y de valor se reconfiguran permanentemente y nos ponen en tensión.

A modo de cierre nos interesa hacer hincapié fundamentalmente en la siguiente cuestión: las políticas culturales implementadas por distintas gestiones de gobierno merecen ser analizadas críticamente y no ceñirse a una evaluación apresurada que solo atiende a los signos ideológicos o a las intenciones que anteceden a la formulación de dichas políticas. Los efectos de éstas no son lineales, generalmente no son positivos o negativos en toda su expresión y requieren de una evaluación y reevaluación permanente sujeta al conocimiento y seguimiento de sus consecuencias en las experiencias sociales. Justamente, hemos visto que las políticas de Estado generan una reacomodación y afectación compleja sobre las prácticas que involucra diversas aristas, dimensiones, escalas. Y en este punto en donde escuchar las voces de todas y todos los participantes que vivencian, convergen y sostienen el mundo de la cultura popular se vuelve imprescindible para ir hacia una sociedad más democrática y de una incidencia mayor del Estado hacia ese destino.

* Texto publicado originalmente en la revista digital El búho y la alondra (Centro Cultural de la Cooperación) bajo el título «Por el tango: Algunas reflexiones sobre la generación cultural estatal».