Por Gustavo Varela*

¿Es siempre igual, siempre el mismo? ¿Hay un solo tipo de tango durante toda su historia? No. Se multiplica por tres: prostibulario, tango canción y vanguardia. Tres: sexualidad, moral y revolución. Tres: el prostíbulo, la escuela y el laboratorio. Tres: baile, palabra y música. Tres: 1880, 1916, 1955.

Primero, el tango de los comienzos, lúbrico e indecente, para muchas historias prostibulario, nacido en la década de 1880. Luego, el tango canción, de poesía cómplice y popular, cuya marca inicial es “Mi noche triste”, el gemido de un macho abandonado, un tango creado por Pascual Contursi en 1916. Por último, el tango de vanguardia, complejo, inaugural, incómodo y a contrapelo para muchos, de la mano de Astor Piazzolla y su Octeto Buenos Aires, presentado en 1955. Tres años que carecen de ingenuidad política: 1880 es la unidad y la fundación del Estado nación moderno; 1916, la llegada al poder de Hipólito Yrigoyen; 1955, la caída del gobierno de Juan D. Perón. Tres eventos que son marcas del ordenamiento histórico para el análisis de cualquier experiencia social o cultural argentina.

¿Cómo es posible suponer que el tango se mantiene al margen de estos procesos? ¿De qué modo sostener que construye su historia solo con el milagro creativo de sus músicos o sus poetas? Separar el tango del contexto histórico en el que nace, elaborar una historia sin recorrer el proceso político y social en el que se despliega, supone una falsa autonomía y una degradación de su potencia política y de su arraigo como expresión de la Argentina moderna.

Desde 1880 en adelante, el tango acompaña el nacimiento, el despliegue y las diferentes transformaciones que vive el país como nación unificada. ¿Cómo no pensar que las producciones y los cambios que experimenta a lo largo de sus más de cien años de vida no son sino hitos que se articulan de un modo esencial con aquello que sucede en el seno de la vida política y social del país.

El tango es heterogéneo, hecho de capas distintas. Como esa Argentina moderna, hecha también de diversidad y ensayo en la gestación de una sociedad nueva a lo largo del siglo XX. A contrapelo de lo que se ha escrito siempre, en la historia del tango no hay sucesión sino ruptura, discontinuidad, desplazamientos discursivos. Lo que se ofrece como una misma experiencia estalla en dominios distintos. No hay evolución ni progreso. ¿Cómo reunir composiciones como “Afeitate el siete que el ocho es fiesta”, “Mi noche triste” y “Pulsación Nº 5”? ¿Cómo suponer una relación de sucesión entre los versos guarangos de “Milonga de Baldomero” (1907) de Ángel Villoldo, los del tango “Viejecita mía” (1918), interpretado por Carlos Gardel, y los de “La bicicleta blanca” (1970) de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer?

“Milonga de Baldomero”
Se cogió a la hermana y al padre
y en el colmo del placer
no teniendo a quién coger
un día se cogió a su madre

“Viejecita mía”
¡Madrecita idolatrada!
¡Mi viejecita adorada!
Tres años estuve preso
y, al salir, ni el beso
postrero te di

“La bicicleta blanca”
El flaco que tenía la bicicleta blanca;
silbando una polkita cruzaba la ciudad.
Sus ruedas, daban pena: tan chicas y cuadradas
¡que el pobre se enredaba la barba en el pedal!

Incesto, idolatría filial y surrealismo de ruedas cuadradas: no hay modo de volver homogéneo lo que se muestra tan distinto. Por ello, el tango no tiene periodos sino diferentes dominios. En cada uno de ellos (en el tango prostibulario, en el tango canción y en el tango de vanguardia) existe una forma singular que solo puede ser explicada y comprendida a partir de las distintas condiciones históricas en las que el tango nace y se despliega. Inscribirlo en la historia supone dar cuenta de las fisuras del sentido que lo habitan, de sus lagunas, de sus diferencias; implica situarse en aquellos intersticios que la historiografía sutura en nombre de una identidad permanente y abrir aún más esas grietas a través de las cuales circula la historia social y política. Es decir, reconocer y amplificar su heterogeneidad pensándola no como periodos de un mismo proceso sino como eventos, como emergencias singulares que suceden en un momento dado.

 

*Extracto del libro “Tango y política, sexo moral burguesa y revolución en Argentina” de Gustavo Varela, publicado recientemente por editorial Ariel.