Se cumplen 110 años del nacimiento de uno de los mayores artistas que tuvo la Argentina.

Atahualpa Yupanqui (Héctor Roberto Chavero) nació en el Campo de la Cruz, en Juan Andrés de la Peña, del Partido de Pergamino. Su ineludible obra, tal como Yupanqui escribía, ha sido el resultado de «la partícula cósmica que navega por mi sangre» y de un alma viajera y solidaria con el hombre.

Piazzolla contaba sobre las oportunidades en las que conoció a Atahualpa: «Era como toparme con San Martín. No me salía una palabra. Lo mismo me había pasado hacía muchos años en Nueva York cuando me presentaron a Stravinsky (…) Nada, che; el viejo me invitó a su casa y yo tardé como dos semanas en aceptar, a pesar que vivía muy cerca (París). Me animó Jairo y fuimos».

Y agregaba el bandoneonista: «Empezamos a matear y yo seguía sin poder emitir palabra, porque cada comentario que hacía eran sentencias de tres frases tan redondas que me parecía grosero responder. Hasta que la mujer, que era reculta y macanuda, se acercó con el mate y por abajo me dijo: ‘Ataque con todo que a él solo le gusta el silencio de la montaña, pero no el de las personas’. Menos mal que el viejo era fana de Ravel y de Bartok y por allí encontramos la charla de más de cuatro horas y me sorprendió sus conocimientos musicales, sobre todo de armonía, aunque a cada frase me pedía disculpas por su ignorancia y me decía que envidiaba mis conocimientos».

En 1965 Yupanqui publicó El canto del Viento, un libro de poemas y fragmentos en donde expone su profunda mirada sobre la condición humana.

De ese libro, compartimos el texto inicial que abre la publicación. «Hay que hacerse amigo, muy amigo del Viento. Hay que escucharlo. Hay que entenderlo. Hay que amarlo. Y seguirlo», recomienda el artista.

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Corre sobre las llanuras, selvas y montañas, un infinito viento generoso.

En una inmensa e invisible bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra. El grito,. el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada o llorada por los hombres, los montes y los pájaros van a parar a la hechizada bolsa del Viento.

Pero a veces la carga es colosal, y termina por romper los costados de la alforja infinita.

Entonces, el Viento deja caer sobre la tierra, a través de la brecha abierta, la hilacha de una melodía, el ay de una copla, la breve gracia de un silbido, un refrán, un pedazo de corazón escondido en la curva de una vidalita, la punta de flecha de un adiós bagualero.

Y el viento pasa, y se va. Y quedan sobre los pastos las «yapitas» caídas en su viaje.

Yupanqui y Troilo.

Esas «yapitas», cuentas de un rosario lírico, soportan el tiempo, el olvido, las tempestades. Según su condición o calidad, se desmenuzan, se quiebran y se pierden. Otras, permanecen intactas. Otras, se enriquecen, como si el tiempo y el olvido -la alquimia cósmica- les hicieran alcanzar una condición de joya milagrosa.

Pero llega un momento en que son halladas estas «yapitas» del alma de los pueblos. Alguien las encuentra un día.

¿Quién las encuentra?

Pues los muchachos que andan por los campos por el valle soleado, por los senderos de la selva en la siesta, por los duros caminos de la sierra, o junto a los arroyos, a junto a los fogones. Las encuentran los hombres del oscuro destino, los brazos zafreros, los héroes del socavón, el arriero que despedaza su grito en los abismos, el juglar desvelado y sin sosiego.

Las encuentran las guitarras después de vencido el dolor, meditación y silencio transformados en dignidad sonora. Las encuentran las flautas indias, las que esparcieron por el Ande las cenizas de tantos yaravíes.

Y con el tiempo, changos, y hombres, y pájaros, y guitarras, elevan sus voces en la noche argentina, o en las claras mañanas, o en las tardes pensativas, devolviéndole al Viento las hilachitas del canto perdido.

Por eso hay que hacerse amigo, muy amigo del Viento. Hay que escucharlo. Hay que entenderlo. Hay que amarlo. Y seguirlo. Y soñarlo. Aquel que sea capaz de entender el lenguaje y el rumbo del Viento, de comprender su voz y su destino, hallará siempre el rumbo, alcanzará la copla, penetrará en el Canto.