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11-05-2o08
Bettinotti-Fernández: cuarto round

Desde su origen incursionan en el tango solo con sus propias composiciones y acaban de presentar en el teatro Cendas su cuarto disco, tercero en dos años y medio. Con nuevos enfoques estrenaron “El hombre muere del hombre”.
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Y ya van por el cuarto disco. Número inusual para un grupo de tango nuevo, donde pareciera que siempre hay que yugarla un poco más, pero que el dúo Bettinotti-Fernandez vino editando a un ritmo envidiable y encima haciendo honor al adjetivo “nuevo”. Desde “Los Porteños de Gardel”, presentado en 2003, el grupo se arrojó al vacío para componer su propia concepción de lo que entienden por tango, parido desde una vivencia fuertemente anclada en el presente, sin tejer demasiado hilván con las distintas tradiciones tangueras. Esto redundó en un estilo propio, casi inconfundible.

Desde lo musical, porque a partir de una base tanguera simple y picada, se acopla la influencia de distintos ritmos como el candombe, la milonga y sobre todo, el rock. Este último, además de lo musical, repercutió en una actitud artística donde prevalece lo expresivo por sobre los preciosismos. Y desde las letras, totalmente alejadas de lo apologético y el pintoresquismo tanguero, abordan una ciudad bestial, llena de personas, pero más llena todavía de vínculos rotos, ensimismadas por la vorágine de sobrevivir y agobiadas más por cargar la mochila propia que las ajenas. Letras con más preguntas que respuestas, van del interrogante sobre una identidad local que se transforma todo el tiempo hasta la problemática del medio ambiente y el destino incierto de la humanidad. Todo eso y desde lo que para ellos sería el tango, o la música que los representa hoy y acá.

Y para lograr sintetizar todo esto es que este dúo en realidad siempre se rodea de multitud de músicos, englobados en lo que llaman “Los Esquifuzos” que vendría a ser, según comentan ellos mismos, como “los roñosos, pero peor…”. Así, al dúo de Hernán Fernández (bajo y contrabajo) y Alejandro Bettinotti (piano, voz, composición de música y letras), se sumaron: Manuel Vázquez en teclados, Federico Honneger en congas, Santiago González en guitarra acústica, Esteban Pueta en guitarra eléctrica, Javier Crego en accesorios y coros, Juan Elías en batería y el maestro Leonardo Gesi en bandoneón.

En un teatro Cendas repleto, el grupo dio un show potente y cuidado desde lo escénico, de la mano de las imágenes que iba proyectando un VJ, hasta cierto cambio de la escenografía en una parte de la presentación. Y con un repertorio equilibradamente repartido en sus cuatro discos, más allá de la obligada prevalencia de los temas nuevos. Porque hubo de los ya clásicos de este grupo, como “Los porteños de Gardel” (…”Somos los criollos orilleros, pero hoy ya no hay criollos y podrida está lo orilla… somos los porteños de Gardel, somos del lunfardo y sin la fé”…) o el bluseado “La Rantifusa”, que siempre deja al público bien arriba y coreando. O también “Cuando suena el ring” dedicada a Ringo Bonavena o “La mitad de nuestro amor”, un candombe power que despeinó a buena parte de la audiencia.

Del las canciones del último disco siguieron demostrando una libertad envidiable en lo que para ellos es la temática tanguera. Desde la interesante “Maldita rutina”, reflexión sobre esa vida monótona y masificada que hay detrás de la ilusión de creernos libres y decisores en todo lo que hacemos, hasta “Trayectos del horror”, una suerte de tango de protesta que termina a ritmo de malambo acompañando los interrogantes de la letra. También hubo verdaderos tangos grises, como “Cuando estés en mis zapatos” o de esos otros que describen distintos tipos sociales y a los que este grupo fue especialmente afecto, como “Pijotero” para los agarrados del mango o “Engrupido” para los agarrados del ego.

Fue interesante la puesta escénica alegórica a un corso callejero acompañando la original “¿Che, vos quién sos?”, canción que mecha momentos rappeados con coros candombeados y que le abrió la puerta al segmento final de la presentación, mucho más movido, más allá de la melancólica “El hombre muere del hombre” con la que cerraron el show en un interrogante sobre los grandes problemas del hombre y del medio ambiente, tópico casi no abordado en el repertorio tanguero actual, encorcetado todavía por cierta tradición temática.

Y esa es la gran herejía que este grupo viene sembrando en la escena tanguera. Contra las tradiciones, los purismos y erudiciones varias que se han enquistado en un género que todavía se piensa popular pero que desde hace mucho es objeto de disputa por distintas minorías autoproclamadas como detentadoras de algún saber esencial, este grupo solo toma al género como herramienta para expresar lo que ven y lo que sienten. Y a eso subordinan todo lo demás, incluso al mismo género “tango”. En ello corren un riesgo y lo saben. Pero desde el vamos, allá fueron, a encontrarse con esa ciudad no tanguera, bestial y amorfa que los espera en la vereda y que dejó su marca: Bettinotti-Fernández, el tango de los antihéroes.

 
Crónica: Sebastián Linardi
 
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