“La Marilyn / se fue con la Ucedé / se comió la película de veras / y está viviendo ahí en un derpa en la Avenida Alvear / diez noches de patín para garpar”. Coreados por una pequeña multitud, los versos de Alfredo “El Tape” Rubín lograron lo que parecía imposible: ver al público tanguero (o al menos una parte) incorporando a su memoria emotiva algo del repertorio contemporáneo del género. El milagro ocurrió el viernes último en el Bar El Faro, durante la sexta noche del primer Festival de Tango Independiente organizado por Fractura Expuesta y la Unión de Orquestas Típicas.

No fue el único mérito del Tape. Su experiencia de más de 20 años como cantautor tanguero se percibe en la consistencia de sus letras, en una interpretación vocal madura y en el sentido artístico de los arreglos que imprimen a sus temas los talentosos guitarristas que lo acompañan: Adrián Lacruz y Mariano Heler. En su primera entrada, Rubín brilló con esas virtudes en la milonga instrumental “Lujo total”, en la letra evocativa de un baile de antaño (Regin), en las hermosas imágenes de la milonga campera “Por entre los caseríos” y en la impiadosa radiografía de la realidad cartonera que implica “Viento solo”, entre otros asuntos.

Anfitrión generoso, el cantor Hernán “Cucuza” Castiello lo había presentado con todos los honores que se pueden conseguir en el reducto de Villa Urquiza, donde una o dos veces por mes él mismo organiza un ciclo con mucho de peña. Además había calentado el ambiente con sus notables interpretaciones de clásicos poco transitados como “Una emoción”, “Contramarca” o “Cuando me entrés a fallar”. Apenas iniciada su primera entrada, “Cucuza” dio una elocuente señal del clima entre familiar y barrial que siempre tienen los encuentros en El Faro: “Moscato se olvidó la mochila en el pasillo de casa, así que necesitamos que alguien vaya a buscarla, por favor”, pidió en referencia a su compañero de ruta, el habilidoso guitarrista Maximiliano “Moscato” Luna.

Luego de un breve intervalo en el que se potenció la circulación de pizzas, cervezas y cafés que caracteriza al lugar, hizo una breve intervención la cantante Lulú, digna intérprete de “Garufa” y “Arrabalero”. Fue como un preludio a una segunda tanda de sets, primero uno de “Cucuza” y después otro del “Tape”, ambos de similares tonos que los anteriores.

Acto seguido, comenzaron los cruces: los dos cantantes junto a las Guitarras de Puente Alsina (Lacruz y Heler) haciendo “Aire sin final”, de Rubín; con el agregado de “Moscato” Luna para “Campo afuera” y “El ciruja”; los tres guitarristas construyendo luego una frondosa versión de “Romance de barrio”, primero y una extendida de “La Cumparsita”, después.

La noche prometía hacerse deliciosamente infinita cuando volvió el “Tape” para entonar las analogías timberas de “Suerte loca”, las mismas que los guitarristas supieron acompañar con oportunos juegos entre ellos. En la espiral adictiva del tango se sucedieron luego “Cucuza” con el registro sentimental de “Viejas alegrías”, de nuevo el Tape en una inesperada versión de “Mano a mano” y la co-producción de “Marionetas” entre Castiello, los eximios violeros de turno y el público.

El corolario de la parte formal de la noche culminó tres horas y media después de empezada con una reprise colectiva del citado vals “La Marilyn”, ahora que ya integra el real book de “esas que sabemos todos”.

Claro que la velada musical prometía más cantores invitados, algún recitado del poeta Raimundo Rosales (presente entre el público, lo mismo que el cantor Alejandro Guyot) y –desde ya– la siempre posible reincidencia de algunas de las figuras centrales de la noche.

Sobre leyes y trampas

Tal sobredosis de música en vivo fue precedida por una charla sobre dos normativas que pronto afectarán las condiciones de trabajo que a diario enfrentan los músicos de tango.

Por un lado, Diego Boris hizo una sintética reseña sobre el proyecto de Ley Nacional de la Música que ya tiene estado parlamentario y goza de buenas perspectivas para su aprobación en el curso de 2010. Según contó el presidente de la Federación Independiente de Músicos de la Argentina (FIMA), la iniciativa responde a los consensos logrados en reuniones de hasta 1300 músicos, celebradas en el Bauen a fines de la década pasada. Boris resumió así su espíritu: “Buscamos que el Estado le dé herramientas a la sociedad para que ésta pueda generar música a través de sus artistas”. Una prerrogativa que había quedado muy limitada tras la tragedia de Cromañón.

El texto del proyecto de ley prevé, entre otros puntos, beneficios para facilitar las actuaciones en vivo y las grabaciones, nuevas opciones de difusión, el funcionamiento de diferentes circuitos musicales en todas las regiones del país y la creación de un Instituto Nacional de la Música.

Esta última institución, similar a las que existen para el teatro y para el cine, ya está contemplada en la nueva ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que destina el 2 por ciento de lo recaudado por el futuro COMFER para su financiamiento. “Son entre 10 y 15 millones de pesos anuales”, precisó Boris.

Cabe recordar que la nueva ley de Medios, sancionada en octubre último tras intensos debates y enfrentando feroces lobbies de los monopolios mediáticos, establece que un 30 por ciento de la música emitida debe ser nacional y la mitad de ese porcentaje debe corresponder a artistas independientes.

Que no sea letra muerta

La otra normativa comentada durante la charla previa a los recitales fue la Ley de Protección del Bandoneón, sancionada por el Congreso Nacional en 2009 con el objeto de frenar la escandalosa fuga de fueyes al exterior que se viene dando desde hace décadas. Fue el luthier Oscar Fischer, responsable de la asociación La Casa del Bandoneón y propulsor de la ley, quien se refirió a los alcances que tendrá una vez que sea reglamentada y empiece a aplicarse.

Como la fabricación de buenos bandoneones en serie se interrumpió durante la Segunda Guerra Mundial y la mayoría de ellos ya fueron vendidos a extranjeros -muchas veces con un triste destino decorativo-, los que quedan en la Argentina tienen precios altísimos. Esto provoca que los bandoneonístas argentinos -y particularmente los más jóvenes- tengan enormes dificultades para conseguir un instrumento digno. Esa es la problemática que busca paliar la ley, al prohibir la salida del territorio nacional de los fueyes de más de 40 años, dar prioridad al Estado cada vez que un particular quiera desprenderse de un instrumento y al crear un registro de bandoneones para facilitar la identificación de los robados o extraviados.

Sin embargo, Fischer arrancó leyendo fragmentos de la llamada Ley del Tango, de 1996, en la que se disponen una serie de acciones de fomento al género que en su mayoría no se llevan a cabo. Así, llamando la atención sobre el carácter de letra muerta que suelen adquirir las leyes, dio a entender que ninguna ley es suficiente si no se hace efectiva.

Para Fischer, la fabricación nacional de nuevos instrumentos es todavía una salida lejana. “Los 150.000 dólares que se necesitan para fabricar las platinas de acero que llevan adentro los bandoneones implican un monto relativamente menor para el presupuesto que maneja el Estado. Pero más que dinero lo que se necesita es alguien que asuma el riesgo de hacerlo, exponiéndose a las críticas de un medio muy hostil a las novedades, aseguró. Aun así, reveló que colabora con un proyecto de la Universidad Nacional de Lanús para fabricarlos y que él mismo está confeccionando uno de calidad, con el único objetivo de demostrar que, con voluntad y conocimiento, es posible hacerlo.