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El bautismo de Cátulo

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El bautismo de Cátulo

A 45 años de la muerte de una de las voces mayores de la poesía del tango.

Pieza indiscutible de la máquina poética del tango, Cátulo Castillo es uno de los senderos imborrables a la hora de atravesar la canción urbana.

“María”, “Tinta roja”, “La última curda”, «El último café”, “Café de los Angelitos”, “Desencuentro”, “Y a mi qué”, “A Homero” o “Patio mío”, son hitos de la canción en tango.

Troilo y Castillo, una dupla extraordinaria.

Fue poeta, claro, pero también desplegó su arte como compositor, instrumentista, director de orquesta, novelista, dramaturgo, periodista y hasta boxeador. Su «pedigree» parece interminable.

Nació el 6 de agosto de 1906 y murió el 19 de octubre de 1975, hace 45 años.

Tal vez como una forma de rito de origen que predestina la vida de los dioses, Ovidio Cátulo González Castillo -así es su nombre completo- llegó al mundo en un acto de bautismo marcado por una lluvia sagrada. En medio de la tragedia y el esplendor. Como en el tango…

Así lo narra Eduardo Galeano en su relato «El Bautismo».

El agua más fría del cielo bombardeó Buenos Aires aquella tarde de invierno de 1906.

A las cinco en punto, en pleno diluvio, lluviazón, helazón, nació un niño en la calle Castro. El padre arrancó al niño de los brazos de la madre, se lo llevó a la azotea y lo alzó, desnudito, ante la lluvia feroz. Y a la luz de los relámpagos lo ofreció a la lluvia, gritando a pleno pulmón, voz de trueno entre los truenos.

-¡Hijo mío, que las aguas del cielo te bendigan!

El recién nacido se pescó tremenda pulmonía. Pasó cuatro meses de mal en peor. Y cuando ya lo daban por muerto, se salvó.

También se salvó de llamarse Descanso Dominical. El padre, un anarquista pobre y poeta, siempre perseguido por la policía y por los acreedores, quiso llamarlo así en homenaje a esa reciente conquista obrera, pero el Registro Civil no le aceptó el nombre. Entonces se reunieron los amigos, anarquistas pobres y poetas, siempre perseguidos por la policía y por los acreedores, y discutieron el asunto. Y fueron ellos quienes decidieron que se llamaría Cátulo. Cátulo Castillo, el niño que unos cuantos años después fue capaz de inventar «La última curda» y otros tangos de esos que son para escuchar de pie, sombrero en mano.

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Sitio de tango y noticias culturales. Desde 2003, el espacio referente del tango de estos tiempos.

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