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Una charla entre Enrique Cadícamo y Paco Urondo: el futuro del pasado

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Una charla entre Enrique Cadícamo y Paco Urondo: el futuro del pasado

Decía no temerle a la muerte pero no quería «padecerla». Vivió casi 100 años y escribió tangos imborrables. Enrique Cadícamo, el de la bohemia «azul».

En 1967 Francisco “Paco” Urondo y Enrique Cadícamo se cruzaron en una charla. Uno, Enrique, el hombre del esplendor de la bohemia «azul» -principiesca- de los inicios del siglo XX. El otro, Paco, que observaba como “el viento de los tiempos modernos sopla bajo la ceniza” y arrasaba aquellas postales contadas por Cadícamo.

El encuentro entre ambos es un encuentro de dos escritores de generaciones y recorridos distintos. Es, tal vez, el encuentro de dos tiempos y fervores. El de Cadícamo, con su porteñismo, el champán, los cabarets, el arrabal y París. El de Paco, el del arte y el combate que comprueba -en palabras de Cadícamo- como “la falda pobre” comienza a ser reemplazada por la minifalda.

Pero Cadícamo sabía de la mirada en perspectiva. “Los tangos tienen que describir una época”, insistía el autor al que Gardel le grabó más de una veintena de tangos. Quería, en esa afirmación, decir que cada época debía tener su tango para “saber de qué locura estaban impregnados los días de ayer, de qué modo interpretábamos la vieja enfermedad de los hombres: el amor”.

Y agregaba hacia mediados de la década del 60: “No hay que hablar más del arrabal, de la mina que se escapó de la casa; eso era en el Buenos Aires de hace 20 años. El autor de ahora tiene temas a montones”. Años después, en otra charla y con otra óptica, dirá: “Al tango hay que dejarlo como está. Es una cosa nuestra, es un paisaje que quedó de antes. El tango ya quedó. Es imposible hablar de un tango que venga”. Quién sabe…

Cadicamo en 1967.

Autor de innumerables obras y clásicos como “Los mareados”, “Nostalgias”, “Che papusa, oí”, “Garúa”, “Apología tanguera” o “Rubí”, Enrique Cadícamo nació el 15 de julio de 1900 en General Rodríguez y murió, casi 100 años después, el 3 de diciembre de 1999. Su espíritu atravesado por el siglo XX, aún vigente en el cuerpo del tango, moldeó una parte importantísima de la musculatura poética del género.

El siguiente extracto forma parte del texto que Urondo escribió en 1967 para la edición de octubre de la revista Panorama.

Cadícamo responde, Paco Urondo pregunta

¿Ganó mucho dinero con sus letras de tango?

Bueno, he tenido suerte, pero nadie se hace rico con estas cosas…

Si dentro de 1000 años sus poemas terminaran siendo anónimos, ¿a usted le importaría?

De hecho sería una cosa que me seguiría, estuviera donde estuviera, hasta en la gusanera: siempre a uno le llega.

¿Le tiene miedo a la muerte?

No. La verdad que, a la muerte, no; pero no me gustaría padecerla.

¿Y a la decrepitud?

Me gustaría desaparecer de golpe. Cuando viajo en avión siempre pienso en estas cosas.

¿Le gustan las cosas dramáticas?

No, no me gustan.

Pero la mayor parte de sus poemas son dramáticos.

Sí, pero duran un minuto y medio.

A usted le gusta el drama, pero que sea cortito…

Lo romántico me gusta mucho. Estuve viendo vez pasada Ana Karerina y me emocioné.

¿Siente melancolía por las cosas perdidas, por las cosas del pasado?

Si; a veces quisiera que no hubiesen desaparecido nunca. Por ejemplo, me trae mucha nostalgia el barrio de San Telmo. Es un barrio que tendrían que haber conservado como estaba; la casa de Sobremonte, la casa de Liniers. Que lástima, porque eso va a desaparecer.

Uno cierra los ojos y ve pasar a la mazorca y a los grandes payadores con la guitarra colgada a la espalda.

Entonces, ¿Qué le gusta más, el pasado o el presente?

El presente.

¿Cuántos años hace que se casó?

Seis. La verdad es que he formado un hogar un poco tarde. Pero estoy muy contento. Ella me contagia un poco la alegría de la juventud, porque es una chica muy joven.

¿Cómo se mantuvo soltero tanto tiempo?

Bueno; es un poquito despatarrada la vida de un hombre cuando anda en estas cosas y, a veces, se olvida de formar su propio hogar.

¿Dudaba antes de casarse?

La verdad que sí. Uno es como esos potros a los que les tiran el lazo y se lo saca con las patas. Pero ahora estoy contento. Nos queremos, somos muy amigos. He encontrado el último amigo verdadero de mi vida.

¿Por qué en la conversación se ha confesado amigo de Manzi y de Cobián? ¿Y de Discépolo?

Nos conocimos mucho. Amistad íntima no; porque la verdad es que yo retaceaba un poco la intimidad. Era amigo de todos, pero la parte íntima uno a veces la dosifica. Discépolo fue un gran poeta (lo he llamado “el Shopenhauer del tango”), es innegable la belleza y profundidad de sus versos.

Se dice que usted es el hombre culto, refinado, que llega al tango. En verdad, tiene el aspecto de ser un europeo, o un play-boy.

No quiero que me confundan con alguien que tiene una cultura que no le permite llegar al tango con orgullo.

¿No les tiene envidia a los interpretes de sus cosas que llegan a la fama, viven directamente el éxito, mientras usted queda- por así decirlo- arrinconado?

Soy retraído, un poco apático.

Es cierto, es retraído, pudoroso. No sé; escuchándolo, me acuerdo de la frase que dice: el calavera no chilla…

Uno se puede sentir orgulloso, y dar el frente y el perfil, cuando en realidad hay una obra profunda, un descubrimiento. El genio, a mí se me ocurre, es el que inventa, el que produce cosas raras.

¿Y usted se considera un descubridor?

A mí se me ocurrió insistir en esto de las letras de los tangos, de la música popular, porque me sentía más libre que con la disciplina del estudio terrible de una carrera.

¿Le hubiese gustado seguir una carrera?

Me gusta ser lo que soy.

¿Y entonces por qué se queja?

No me doy importancia. Me parece que está bien. Este trabajo es una manera de hacer cantar al pueblo; puede hacer un mérito en esto de hacerlo cantar. Es un mérito, nada más; no es un galardón.

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Sitio de tango y noticias culturales. Desde 2003, el espacio referente del tango de estos tiempos.

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