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Un siglo de radio argentina: en el inicio fue música

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Un siglo de radio argentina: en el inicio fue música

A 100 años de la primera transmisión de radio en la Argentina. Reactivar su fibra musical.

Por Maxi Senkiw

Al principio fue música.

La hazaña es conocida. Hace 100 años, el 27 de agosto de 1920, montando un equipo transmisor en la terraza del teatro Coliseo de Buenos Aires, “los locos de la azotea” ponían en el aire la ópera “Parsifal”. Así, inauguraban la actividad radiofónica en la Argentina. Un medio que, a más de un siglo de su creación, sigue siendo un refugio natural de la música.

Claro está que han pasado muchas cosas desde que Enrique Susini, Luis Romero Carranza, César José Guerrico y Miguel Mujica impulsaran aquel hito fundacional de la radio nacional. Cierto es que el modelo radiofónico se instaló fielmente en el sistema auditivo del país pero, con su devenir, sufrió también mutaciones, readaptaciones y vaivenes que, en ocasiones, redujeron parcialmente su potencia frente a otros medios. Sin embargo, la radio sigue allí y seguramente seguirá por mucho tiempo más.

«La radio es la casa natal de la música, y claro que del tango»

Música y radio son inseparables. Tango y radio también. Se criaron bajo un mismo cielo y crecieron a la par. Sobran las menciones de audiciones de artistas y orquestas sonando en las legendarias radios de la época inicial y, más tarde, capturando los parlantes en el apogeo radial de mediados del siglo XX. Como un gran satélite que esparce ondas electromagnética​s y musicales, la radio es la casa natal de la música, y claro que del tango.

Son muchos los debates que persisten en el modelo de radio. Una radio de contenidos frente a una radio de conductores, una radio de especialistas frente a una radio de sentidos claros y abiertos, la permeabilidad en los estudios del modelo televisivo, el manejo y construcción de agendas informativas, la sostenibilidad de las señales, el influjo del accionar político, la precarización de los trabajadores y el debilitamiento de los aspectos artísticos, son algunos pocos ejemplos. La música, obviamente, no está exenta de heridas en esos debates.

Los locos de la azotea, impulsores de la radio argentina.

A pesar de la simbiosis original, el devenir del modelo comercial de emisora, la alteración de los principios del entretenimiento y las orientaciones de inversión y marketing de las empresas de la industria musical -entre otros factores- dispusieron un recortado escenario para la música. Se reiteran y se estrecha el espectro de las sonoridades, la música solo parece servir a efectos decorativos y se concentra la bolsa publicitaria en otros formatos radiales.

En el libro Siempre los escucho (Carlos Ulanovsky, Emecé, 2007), el autor reitera un síntoma -¿ya tradicional?- de la radio. “Los espacios dedicados a cuestiones culturales son cada vez más excepcionales (…) existe la idea de que la información cultural atenta contra el entretenimiento de cada espacio. En los últimos años, el periodismo cultural fue abiertamente desplazado por el periodismo de espectáculos”.

«Restituir aquel ensamble inicial con la música bajo la que nació la radio»

En esas mismas páginas, Ulanovsky trae palabras de Antonio Carrizo, figura mítica e indiscutible que reavivó, no hace tanto tiempo atrás, las posibilidades del vínculo entre tango, radio y TV. Decía Carrizo: “La radio era más sensual y relajada que la de hoy. Era la radio de los músicos, de los cómicos (…) Cuando el ocio pasó a ser del televisor, la radio quedó para la información y abandonó casi totalmente lo artístico y se convirtió en generadora de palabras. Y la palabra es intelecto, crítica. El poder pone su atención en la radio y la radio pierde sensualidad y gana en tensión”.

Retomar aquella sensualidad del medio no implica regresar al modo comunicativo del pasado. Se trata, sin caer en la nostalgia y lo remanido, de restituir aquel ensamble inicial con la música bajo la que nació la radio y que la proyectó en toda su dimensión y poder. Con esa plataforma, reactivar las fibras musicales de una herramienta anestesiada por el parloteo interminable y el teatro brumoso de sobreactuaciones y operaciones.

Se dirá que existen las radios musicales. Claro que las hay. Claro que hay numerosas excepciones a la regla preponderante. La primera fue la de cuatro estudiantes de medicina, excepcionalmente radioaficionados, que se subieron a la terraza del Coliseo. Es precisamente en el terreno de la excepción en donde la radio fortalece sus especificidades y expande su potencia sin lidiar con tanta interferencia y ruido.

Como es de esperar, la maravilla que construye la radio con la comunicación humana difícilmente se devele en los grandes medios. Se sabe. Las mejores cosas y la sustancia de su verdadera constitución suelen circular y escucharse en las “pequeñas” antenas y parlantes (de aire u online). Ahí sí se hace la radio y se proyecta al futuro. Ahí sí se completa la comunicación. Ahí llega el mensaje. Ahí se siente la música.

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