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Tango, sustancias y un libro de Marcos Aramburu: ¿qué cuentan los que gustan “fajarse”?

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Tango, sustancias y un libro de Marcos Aramburu: ¿qué cuentan los que gustan “fajarse”?

Una charla con Marcos Aramburu, autor del libro “Las ceremonias: crónicas de gente que usa drogas”.

Por José Arenas
🇺🇾 Desde Uruguay

Desde que en 1928 Carlos de la Púa escribió el poema “Packard” que aparece en La crencha engrasada y donde cuenta que “un día la droga la hizo suya / y en vez de cargar nafta echó morfina / y cerrando el escape por la bulla / se fajaba de bute en cada esquina…”, no han faltado en la literatura del tango ni en la que ronda al género -ni atrás ni adelante en el tiempo- alusiones, crónicas y formas poéticas en las que aparezcan diferentes sustancias.

Se ha citado el ejemplo del poema de De la Púa por la enorme popularidad que tuvo en la voz de Edmundo Rivero pero el cocó que menciona Manuel Romero en “Tiempos viejos” (1926), el prissé del que habla Enrique Cadícamo en “Che, papusa oí” (1927) o “con vidrio, algún pelpa” en los versos que escribió Horacio Ferrer en “Los pistoleros románticos” (1975), son algunos de tantos ejemplos de sustancias psicoactivas en el género. Incluso se ha hablado de drogas en caballos para hacer más eficaz su rendimiento a la hora de las carreras. En el tango burrero “Tirate un lance” (1972), Héctor Marcó dice “la vara eléctrica y la jeringa / son las virtudes de su entrenier”. Allí el entrenador utiliza lo que en lunfardo se llama “el armamento”, que son jeringas hipodérmicas usadas para darles un empujón a las fijas en el mundo de las carreras.

D’Arienzo, Troilo y Razzano.

En un preludio a “La toalla mojada”, una milonga que también estaba en el repertorio de Edmundo Rivero, dice el cantor: “Para las personas que no están iniciadas en este lenguaje, voy a explicar algunas cosas porque si no, no van a entender (…) los papelitos son unos papelitos que contienen un polvito muy promocionado últimamente” y agrega irónico “que se venden en todo el mundo menos en nuestro país”. Luego, en las letras de tango nuevo el tiempo modernizará cada forma de presentar las sustancias y cada situación para contar una historia.

🎧 Recuerdos del Marabú de la mano de Edmundo Rivero:

“La diabla” (2000), de María José Demare, es una travesti que “en la mesada peinó la última línea / de un papel que tenía en el bolsillo”, “El yuta Lorenzo” (2004), de Juan Vattuone, es un “rati corrupto” que “tomaba una línea detrás de la otra”. También habla Vattuone de “Un chabón jailaife” al que “un domingo a la cheno lo encanaron / por algunos chocolates y arbolitos”. “El último cantor” (2015) de Alejandro Szwarcman “se dio un escopetazo en el sifón” a la vez que en sus “Fantasmas en la madrugada” (2014) la ciudad huele a “humedad, marihuana y alcohol”. Finalmente, para no perdernos en los ejemplos, en “La otra Buenos Aires” (2013) de Matías Mauricio rondan “los transas que buscan comida”.

«Qué va a buscar cada persona a una droga»

Marcos Aramburu no es letrista de tangos. Tampoco es un exégeta experto en la música orillera de Buenos Aires. Es locutor, guionista, productor y periodista. Fue productor general del podcast del Archivo de la Memoria Trans, trabaja junto a Elizabeth Vernaci desde hace años en su programa La negra Pop, también conduce Ayudame Loco en Radio Nacional, de lunes a viernes, y es co-conductor de Tres estrellas junto a Pedro Rosenblat e Ivana Szerman en el streaming de Gelatina.

Además de todo eso, Aramburu es un gran conocedor, estudioso y divulgador en materia de sustancias y sus coyunturas. Es militante del antipunitivismo sobre el uso individual de drogas y promotor de políticas de reducción de daños. Ha participado en algunas campañas al respecto y tuvo una columna en el programa Gelatina donde contaba riesgos, usos, devenires y orígenes de diversas drogas o sustancias psicotrópicas. Precisamente, en uno de sus episodios habló de “la droga” y el tango, mencionando la historia del alcaloide en el género y su ambiente, más que nada en los albores de los paisajes orilleros y su música.

Cada vez que habla se lo oye nutrido de una responsabilidad intelectual que lo hace referirse con seguridad a cada una de los aspectos que toca. Además de su trabajo como divulgador, Marcos es usuario de varias de las drogas sobre las que ha hablado, así que, además de manejar un panorama teórico, conoce en estos asuntos lo que José Pablo Feinmann llamaría “el barro de la historia”.

Hace algunas semanas apareció su primer libro Las ceremonias: crónicas de personas que usan drogas, a través de la editorial “El gato y la caja”, que ya espera su primera reimpresión.

Las ceremonias (El Gato y La Caja).

Allí, con una prosa clara y una forma generosa para cederles la palabra a los protagonistas de sus textos –cosa rara en el panorama actual de la crónica- Marcos Aramburu toma cuatro relatos con diferentes protagonistas para hablar de historias de consumo lejos del juicio, lejos de la lástima, despojado de toda fiesta de la rotura y con diversas citas a estudios y trabajos científicos. Al modo de El señor de los venenos de Enrique Symms pero dándole la palabra a otros, el libro recompone la relación de diferentes personas con sustancias de diferentes orígenes; algunas sintéticas, otras naturales, algunas de origen místico, otras de épocas de lo banal, todo ello sin hacer más apreciaciones que las que brinden los diferentes actores de cada texto y lo que pueda citar a modo de teoría.

De todas maneras, hay un “Marcos cronista/relator” que aparece de forma discreta desde el inicio del libro y se va integrando a cada relato pero sin caer en el ego persistente de las comparaciones. Solamente será él uno de los protagonistas en la crónica final, que tiene que ver con la muerte temprana de su madre y su acercamiento -una médica tradicional- a tratamientos que involucraran marihuana y ayahuasca, a la luz de su propio viaje en búsqueda de esos recuerdos.

En Montevideo la noche ya se comió los últimos restos de una tardecita rojiza y Marcos aparece desde Buenos Aires, aún disfrutando de los últimos coletazos de un clima de otoño piadoso. Está sentado bajo el cielo recién anochecido, azulado y claro, tiene una campera de jean para cuidarse de las traiciones que pueda el crepúsculo porteño.

Hablamos de su libro.

¿Todos los consumos de sustancias tienen algo de ceremonial por más privados que sean?

Entiendo que sí. Casi todos los consumos del ser humano tienen algo de ceremonial. El café, ¿no? como “el café de la mañana”, el almuerzo, la comida, sentarse a cenar, sentarse a almorzar, la cena con la familia, los fideos de los domingos al mediodía, el asado. Entonces medio que todos los consumos que se hacen habituales de una forma toman algo de ceremonial. Y las drogas psicoactivas creo que también lo tienen, la mayoría de ellas, al menos. Tienen diferentes momentos, diferentes tradiciones, capaz hay una especie de guía o persona que sirve de alguna forma, el que arma el porro y lo gira, el que corta la pepa, el chamán que lleva adelante la ceremonia de ayahuasca. En el libro se habla sobre el paco y hay algo también de ceremonial ahí, el trance. Creo que la cocaína también lo tiene. Entonces no sé dónde hacer el corte de en qué lugar se pierde eso ceremonial, creo que los consumos de comer algo o de tomar algo regularmente, quizás no lo cotidiano, quizás no lo de todos los días, pero cuando es algo especial tiene algo de ceremonial.

Una de las cosas más interesantes del libro es que sus protagonistas aparecen sin los nombres trastocados y sin anonimatos. Con nombre y apellido reales…

Creo que fue una búsqueda medio implícita. De hecho había otra historia que podía llegar a ser parte del libro, de algún personaje un poco más famoso, que pidió cierta reserva o poder supervisar el texto antes de que se publicara y, bueno, con buenísima onda decidimos que no era para el proyecto. Este un proyecto medio que para poner sobre la mesa, también, los claroscuros de las sustancias sin juicios. No está mostrado eso de “cómo se arruinó la vida esta persona” sino que están mostradas sus vidas con sus consumos. Y para eso es importante este aspecto porque, tapar un nombre, puede tener varios motivos, uno puede ser avergonzarse, otro puede ser justificarse, otro puede ser no querer quedar pegado a cierta cosa, y creo que el libro lo que se planteaba era abordar la temática drogas lejos de los juicios. Si vamos a hablar lejos de los juicios qué importa hablar desde nuestros nombres, nuestras identidades. Y en el caso del narrador, que vendría a ser yo, hablar en primera persona del consumo creo que era algo que se ponía en juego ahí, y que era importante para el sostén de la fuerza del libro. Para mí una de las cosas que le dan fuerza al libro es eso, hablar en primera persona sin un lugar de “renacido”. Ese es el lugar que ocupa, en general, el que habla en primera persona: yo estuve y volví en el infierno. Lo diferente acá es hablar del consumo desde un lugar que tiene sus matices.

«Tenés mucha postura de ‘termismo’, mucho caretaje, mucha hipocresía, los mismos tipos de la tele están re duros y no tienen ninguna vergüenza en salir al aire a decir ‘cómo puede ser que tatatá'».

De todos modos, ¿estamos aún lejos de dejar atrás una política punitiva y prejuiciosa alrededor del consumo personal?

Al menos en Argentina creo que sí. Está cambiando porque el mundo está cambiando y, así como a veces somos muy nacionalistas y muy orgullosos de nuestra patria, hay sectores que son un poco tilingos y que les gusta mirar mucho a Europa y a Estados Unidos. Casualmente son los sectores más reaccionarios cuando se refieren a este tipo de cuestiones, pero si vos ves Estados Unidos y Europa son países que están yendo hacia la regulación, la reducción de daños, abandonar el prohibicionismo, van hacia ahí. Estados unidos va hacia ahí, Canadá va hacia ahí, Europa va hacia ahí. En Argentina estamos viviendo un momento donde la derecha es conservadora, los mal llamados liberales ¿no?, porque es una derecha súper conservadora en lo social. No son los liberals de Estados Unidos que te dicen “hacé lo que se te cante el orto y que el Estado no me joda”. No, esta gente es de ultraderecha en lo económico pero en cuanto a las libertades individuales muy conservadora: cristianos, anti aborto, anti derechos en general, anti educación sexual. Con todo eso es un momento donde pareciera, hoy, estar más lejos, para mí, que hace un par de años este debate. Se ha retrocedido mucho en estos años. Hace poco se hizo la Ley de Etiquetado Frontal en Argentina, que es la ley que hace ponerle octógonos a los productos, y hay gente quejándose porque dice que eso es, no sé, un lobby de empresas. Pero, digo, estamos discutiendo cosas tan pavotas y tan chiquitas que pareciera, hoy, estar muy lejos. Hace unos días se murió un pibe en una fiesta electrónica. No se sabe muy bien por qué. Se cree que por haber consumido diferentes sustancias –todavía no se sabe cuáles- y, bueno, en estos días yo saqué un video de reducción de daños y, obviamente, un montón de gente lo recibe bien y está de acuerdo y todo, pero también tenés mucha postura de “termismo”, mucho caretaje, mucha hipocresía. Los mismos tipos de la tele están re duros y no tienen ninguna vergüenza en salir al aire a decir “cómo puede ser que tatatá”. Así que sí, pareciera ser, al menos en Argentina, en este momento histórico, difícil.

El caso Miguel y los tangueros (un fragmento del libro)

Una tarde, en el 77 o 78, Miguel se juntó con sus amigos en la casa de un compañero de la facultad, uno de los que fumaba. Se habían prendido un porro, conversaban de la vida y escuchaban música. Primero Deep Purple y después un disco nuevo de Yes que acababan de conseguir. En eso llegó el padre del anfitrión. Atorrante, mujeriego, porteño, tanguero y merquero son las palabras que elige Miguel para describirlo. Tenía cerca de sesenta años y, cuando sintió el olor de la marihuana, se acercó riéndose. 

—¡Ay, pero qué pendejos! —les dijo—, yo tengo otra cosita para ofrecerles si les interesa —el tipo sacó un papelito doblado en varias partes, se lo dio al hijo y se fue a cambiar porque, según él, había una mina que lo estaba esperando.

En esa época la merca no era una droga que consumieran los jóvenes, tenías que tener guita para pagarla. Por eso la tomaban los ricos y los tangueros. Miguel no venía de familia de plata, pero sus tíos eran amigos de Troilo y Goyeneche, quizás los dos tangueros más asociados a la cocaína, así que en el momento en el que el padre de su amigo sacó el papel, no le pareció demasiado extraño.

—No es que en mi casa se hablara abiertamente del tema. Pero viste cómo es el ambiente del tango. Mis tíos eran dos atorrantes amigos de todos esos y caían los domingos a las comidas familiares siempre con una mina distinta, que a veces también estaba medio pasada.

La relación entre el tango y la cocaína empezó a principios de siglo, por los años 20. Son muchos los tangos que hablan del cocó, que en aquel entonces era un polvo misterioso que traían las prostitutas en sus carteras desde París. Por eso Miguel dio por sentado que sus tíos la consumían y por eso cuando el padre de su amigo les ofreció, no dudó en decir que sí.

¿No hay ningún sector político que hable del tema?

Este gobierno propuso una de las medidas, diría, más disruptivas que tuvo -aunque le costó meterse con ciertos poderes reales-, después de la Legalización del Aborto, que fue el Reprocann, que es el Registro de Programa de Cannabis. Es un registro donde vos te podés inscribir y luego de tener una consulta médica con un profesional aprobado por Reprocann que diga que vos necesitás esa marihuana por una cuestión medicinal te permite ciertas cosas como transportar cuarenta gramos de marihuana, tener hasta nueve plantas en floración, y fue una iniciativa de este gobierno. Pero cuando la discusión está tan a la derecha, decir “che, loco, acuérdense de que queremos legalizar el porro” queda medio fuera de contexto.

“Una de las cosas que más me interesó del libro fue ver qué va a buscar cada persona a una droga”.

¿Se puede hacer una lectura de clase a través de las crónicas y las drogas que allí aparecen?

Yo creo que hay una visión de clase en absolutamente todos nuestros consumos. Creo que con las drogas, obviamente se ve también y a mí una de las cosas que más me interesó del libro, de hacerlo y de descubrirlo mientras lo hacía, fue ver qué va a buscar cada persona a una droga. Y obviamente yo no voy a ir a buscar lo mismo que alguien que tuvo una vida totalmente distinta a mí. Uno de los casos, que no es un corte de clase pero sí es un corte que tiene que ver con los privilegios, es el de la sexualidad y la cocaína. Yo jamás asocié el consumo de cocaína a la sexualidad pero de repente, hablando con Miguel, que vivió su juventud en los 70’, donde no podías ser homosexual porque ni tus compañeros de militancia lo iban a aceptar, luego en los 90’, para él, la cocaína era desinhibirse y poder liberarse. Y para las mujeres trans también, ellas cuentan que tomaban merca y se sentían divinas, hermosas, en un mundo en donde las hacían sentir espantosas y monstruosas. Entonces, está bueno ver qué va a buscar cada persona a cada sustancia. En el caso del paco cuentan que, un poco, iban a buscar esa borrachera de presente, olvidar el pasado y que solo importe el ahora. Entendés por qué gente con vidas tan difíciles va a buscar eso constantemente y está interesante ver qué va a buscar cada persona a una sustancia más allá de lo cerca que te quede una droga o la otra, por el precio o por lo que sea, cómo los factores del entorno te hacen ir a buscar una cosa o la otra. Muchas veces se habla de las drogas como un lugar de evasión, incluso peyorativamente, y no se habla de que son personas que, capaz, en un lugar de evasión es en el único lugar donde pueden llegar a encontrar placer porque viven en un mundo espantoso que no les deja sentir placer en ningún lugar, no es escaparse, o quizás sí, pero no es una cuestión cobarde. Es una cuestión de ir a buscar placer en un mundo tremendamente hostil. Ahí sí, hay un corte de clase o que tiene que ver con el bagaje de cada persona.

🎧 La Diabla», de María José Demare:

Sí. El uso de sustancias en el ambiente LGTBIQ+ es muy distinto que en el mundo hetero cis…

En el mapa porteño del sentido común, si es que eso existiera de alguna forma, la cocaína y las travestis están cerca, uno las asocia rápidamente. Por más que no conozcas nada de cocaína ni conozcas a ninguna mujer trans, es como que en el sentido común algo tienen que ver y a mí me interesaba saber qué era. Y lo cuenta muy bien Marlene Wayar y también otra de las mujeres que dan su testimonio en primera persona, cómo en los 90’ la cocaína y las travestis compartían la categoría de “consumo de lujo”, ellas eran un consumo de lujo más al lado de la cocaína. Muchas veces les pagaban por ir a tomar merca a ellas, entonces entendés que esto es explícito, la sociedad literalmente te presiona económicamente; les pagaban más si iban a tomar, si no tomaban no las contrataban, entonces acá se ve lo burdo de cómo cierto sistema las llevaba a consumir algo. No es “la presión social”, no es “el capitalismo tal cosa”, es lo concreto de cómo ese sistema de trabajo las hacía consumir cocaína.

La palabra de Marlene Wayar, en ese aspecto, es fundamental. Es alguien que ha vivido en primera persona y, a la vez, ha aportado un corpus analítico fundamental respecto del mundo trans.

Camila Sosa Villada dice algo con lo que yo estoy de acuerdo y es que las viejas travestis son las mejores contadoras de historias del mundo. Pero lo que le suma Marlene es un marco teórico tremendo. Empieza a hablar lentamente, como habla ella, con su ritmo –a mí me recibió con muchísima generosidad en su casa- y, para mí los grandes oradores tipo Cristina, Fidel Castro, no sé, esa gente, brillante a la hora de hablar, te guste o no, como que tienen esa cualidad de que empiezan y vos decís “se fue a la mierda, no me está contestando lo que le pregunté” y lo que están haciendo es un arco completísimo y genial que luego cierra perfecto. Entonces lo que tiene ella, además de, bueno, sus historias, su experiencia, su vida, es un marco teórico tremendo y una lucidez brillante para sistematizar y teorizar su experiencia y la de sus compañeras.

Troilo, Zita y Di Sarli en el Marbú.

La última crónica te tiene como protagonista a vos, a tu madre, a tu familia, ¿era una forma de cerrar poniéndote en el mismo lugar que el resto de los protagonistas sin alejarte de la materia del libro?

Sí, de hecho creo que el punto fuerte es ese, porque yo no soy un escritor de oficio, no soy un científico, no soy un psicólogo, no tengo una mochila de conocimiento enorme sobre esto, me tengo que formar cada vez que quiero hablar sobre el tema. Me formo específicamente, hablo con gente que sí sabe, que sí estudió muchos años. Entonces no es que yo pueda hablar desde un pedestal académico, creo que el mayor valor que puedo agregar es el de hablar como un usuario. Lo dije en algunas notas que di estos días, pero yo no creo que mi punto de vista o el punto de vista del libro sea especialmente novedoso a la hora de hablar de drogas, lo que creo que es novedoso es que está en el terreno de lo público, siento que es un enfoque muy parecido al que, capaz, tenés vos o al que tienen mis amigos, mi familia o muchísima gente a la hora de hablar de drogas pero que en el discurso público no llega. Primero, porque no hay espacio; segundo, porque es muy juzgado cuando llega. Y también porque hay gente que es muy hipócrita que piensa una cosa y cuando se prende una luz de cámara o un micrófono, por miedo o por lo que sea, va para atrás y dicen “ah, sí, me contó un amigo”, entonces creo que la cuarta crónica fue, un poco, una demanda del proceso del libro, incluso yo siento que, son cosas que capaz ni las percibe el lector, pero yo que lo parí, veo ciertos detalles y para mí hay un punto de giro que es, cuando, en la segunda crónica, sobre el final, Miguel me dice “bueno, y vos, ¿qué? ¿qué te pasa con las drogas?”. Hasta ese momento se venía relatando muy desde el espectador y yo había escrito la crónica entera y no había incluido eso y cuando seguí el proceso del libro y decidí que yo iba a aportar una cuarta crónica con mi perspectiva recordé esa pregunta y la incluí, volví al texto para incluirla con mi respuesta, de hecho, porque sentía que daba paso a que mi rol fuera creciendo lentamente. Luego viene la crónica de Alejandro Pasquale donde él medio que me recomienda alguien para tomar ayahuasca, o medio que me recomienda tomar ayahuasca y yo le digo que sí, que lo voy a hacer. Entonces hay un hilo medio sutil, no explícito, pero va mi personaje avanzando lentamente hacia el frente.

***

Bonus track: una lista de tangos para acompañar el libro

🎧 “El cielo de las malas”, de Patricia Malanca:

🎧 “Arrancacorazones”, de Ataque 77 en versión del Quinteto Negro La Boca:

🎧 “Lucho en el suelo con diamantes”, de La Chicana:

🎧 “La casa del asiento de tortuga”, del Tata Cedrón sobre el texto de una canción de cuna azteca, en la versión de Lidia Borda:

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