Hace un siglo y un día, Enrique Mario Francini nacía en el barrio bonaerense Crisol de San Fernando. El 14 de enero de 1916 alumbraba uno de los violinistas más importantes que atestigua la historia del tango y que no dejó de aportar con su música, literalmente, hasta su nota final.

También director y compositor, Horacio Ferrer se refería a Francini como el “violín de llamativa seguridad, vibrato medio, depurado e inconfundible sonido y prodigiosa mano izquierda”.

Amante de la fotografía y hasta un destacado cantor de tangos en sus despuntes musicales –las crónicas sostienen que estrenó hacia 1940 en el hotel Nogaró de Mar del Plata el tango “Al compás del corazón”- Francini dejó su huella en el género con legendarias formaciones como la orquesta que formó con Armando Pontier, el Quinteto Real, integrado por Horacio Salgán, Ubaldo De Lío, Pedro Laurenz, Rafael Ferro y él, y el Octeto Buenos Aires de Astor Piazzolla.

Como autor, su legado ha quedado inscripto en composiciones como “Delirio”, “Tema otoñal”, “Pecado” o “La canción inolvidable”, entre otras. Fue además violinista de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires durante casi 20 años.

En 1947 compuso, con texto de Homero Expósito, la música de “Óyeme”, un tango dedicado a Horacio Francini, su hermano, que falleció a los 21 años. “Tu forma de partir nos dio la sensación de un arco de violín clavado en un gorrión”, dice parte de la letra sobre la que Expósito confesaba: “¿No es insólito –la muerte de Horacio- como es insólito un arco de violín clavado en un gorrión? Eso quise decir. No hay derecho a morirse a los 21”.

Pero la muerte flaca y pendenciera parece que no conoce de derecho. El 27 de agosto de 1978, mientras tocaba “Nostalgias” acompañado de su amigo de toda la vida, Héctor Stamponi, Francini largó el violín y se desplomó sobre el escenario de Caño 14. Había tenido un infarto.

Cuentan, quienes estaban en el lugar tratando de asistirlo, que lo último que alcanzó a pedir Francini fue por su violín y a avergonzarse un poco por el papelón que había protagonizado arriba del escenario.

“Mi violín, ¿dónde está mi violín?”, dicen que dijo Francini esa noche en la que el arco se le soltó de la mano cuando el corazón tramposo se puso parco y fanfarrón.