Hay quienes crean en tango con la brújula apuntando a la “posibilidad infinita” de Marechal. Esa podría ser la orientación de Vruma y los dinamos que acaban de publicar Chan Chan, su disco debut.

Cierto es que la mentada definición de Marechal apela al dinamismo (¿dinamos?), a la condición de un tango que actúa como soporte para contar la dimensión múltiple de la vida. Si el tango solo fuera el farol, un compadre con un tajo en la cara o un boliche de antaño, su potencial quedaría reducido a un territorio mínimo. Tal vez por eso, Vruma y los dinamos deciden establecer una suerte de espacio visual galáctico –infinito- para encuadrar su tango. Otro lugar, otro paisaje pero la misma herramienta, el tango.

Para hacer uso de aquella posibilidad, alcanza con dejar claro el gesto artístico, la apuesta genuina de quien canta y toca en clave de tango. Allí, entonces, no hace falta andar ajustándose tanto a la normativa. La expresión se impone a cualquier regla del género. Esa actitud, Vruma (Federico Ottavianelli) la aplica con lucidez. Sabe que no podría regalar “aquel tapado de armiño” al que aludía la vieja escuela tanguera pero decide ir en busca de unos “zapatos de Miu Miu”. Resuelve el dilema. Pone un pie en la regla para impulsarse y salta a su propia dimensión para tripular, con soltura y creatividad, la nave personal junto a los dinamos.

Galaxia Vruma

«Todos las cosas ausentes emanan su luz», canta Vruma en “Andrómeda”, el tango que abre Chan Chan y que ofrece la bienvenida a un material que, a lo largo de sus 12 canciones originales, combinará sonido de guitarras tangueras con irrupciones de climas, efectos y voces de un universo interior multicolor y ensoñado.

Portada de Chan chan.

Entonces están “Lenguita”, una mina «electrizante» y «fluorescente», aparece Gardel que “bate la posta”, viejos sibaritas con saco de plush y nostalgia de otros tiempos en la satírica “Caoba Sadaik” y muchos vestigios de amor, entre otras secuencias. Todo eso, con un acompañamiento bien expresivo y sólido que comandan las guitarras de Nicolás Fallonardo y Gabriel Cipituca y el guitarrón de Juan Acuña.

A esa base se suman las presencias estelares, y algunas camufladas, de invitados como Daniel Melingo, Cucuza Castiello, Juan Villareal, María Eva Albistur y Ernestina Pais. Todos ellos convertidos en personajes de la obra de Ottavianelli que recoge el guante de una generación tanguera decidida a nutrir al tango con nuevas composiciones.

Tal vez, como afirma Vruma, el camino –el viaje- de Chan Chan sea el “menos fácil” pero, sin lugar a dudas, el más reconfortante para el artista y con saludables consecuencias para el tango de estos tiempos. Es hora de subir a la nave y seguir construyendo el universo infinito del tango. Vruma lo hizo.