Hacia finales de la década del 60 y principios de la del 70, el director argentino Manuel Antín realizó una serie documental para televisión en la que indagó sobre distintos temas nacionales.
Una de las cuestiones que abordó Antín tuvo que ver con la supuesta muerte del tango, a través de una pregunta que, casi medio siglo después, hoy continúa formulándose.
En «¿El tango ha muerto?» Antín recopila, además de puntos clave de la historia de la expresión, testimonios de notables como Astor Piazzolla y Julio De Caro. «El tango tiene una vigencia sin límites, para el mañana y para siempre», asegura De Caro en 1970.
«Hace falta gente que escriba tangos, buenos tangos. Faltan compositores, faltan letristas, faltan intérpretes», decía ya Piazzolla, aunque reconocía la intensa actividad del «tango actual» por aquellos tiempos.
La historia del tango parece tener entre sus preguntas recurrentes la que alude a su permanencia. Un estado de riesgo que combina factores culturales y económicos pero que, al fin de cuentas, concluye en una respuesta: No.
Lo que es seguro es que los que han vaticinado la muerte del tango ya están todos muertos. El Tango es una expresión cultural que a pesar de contras y ciertos fieles dinosáuricos mantuvo la libertad de recreación. El tema de la masividad es otro cantar, habida cuenta de la potencia que tiene el mal gusto. Hay fórmulas universales y existencialmente eternas (ya nunca me verás como vieras recostado en la vidriera y esperándote); un sentido de la danza que comulga con la belleza y una música que no agrede ni «le rompe la cabeza a nadie». En fin: materia ya no discutible. El Tango anda vivo y suelto.